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Los hay que valen más que una persona. Y hablaba de Lobito, un toro viejo, un cabestro, asegurando que no lo vendería aunque le diesen por él Sevilla entera con su Giralda.

Desmontábase el ganadero, y sacando de las alforjas un pedazo de chocolate, se lo daba a Lobito, que movía agradecido el testuz, armado de unos cuernos descomunales. Con un brazo apoyado en el cuello del cabestro, avanzaba el marqués, metiéndose tranquilamente en el grupo de toros, que se agitaban inquietos y feroces por la presencia del hombre. No había cuidado.

Y, haciendo una lazada corrediza al cabestro, se la echó a la muñeca, y, bajándose del agujero, ató lo que quedaba al cerrojo de la puerta del pajar muy fuertemente.

¡Ni lo que haya puesto Garona!... Vaya sacando, amiga. ¿Quiere?... Yo ya vengo dijo desde la puerta Baldomero, teniendo del cabestro su azulejo al que le había sacado el cojinillo. Mientras se disponía la mesa bajo la enramada del poniente, los tres amigos salieron a «estirar las piernas» por las inmediaciones. ¿Por qué no llevan la escopeta? Don Melchor... puede que encuentren algo...

El paisanaje se había reunido en la «cancha» improvisada donde se medía las distancias a correr y en cuyas inmediaciones «se caminaban» del cabestro los parejeros que eran, sin disputa, tanto mejores cuanto peor aspecto presentaban.

Parecióle a Maritornes que sin duda don Quijote daría la mano que le habían pedido, y, proponiendo en su pensamiento lo que había de hacer, se bajó del agujero y se fue a la caballeriza, donde tomó el cabestro del jumento de Sancho Panza, y con mucha presteza se volvió a su agujero, a tiempo que don Quijote se había puesto de pies sobre la silla de Rocinante, por alcanzar a la ventana enrejada, donde se imaginaba estar la ferida doncella; y, al darle la mano, dijo: -Tomad, señora, esa mano, o, por mejor decir, ese verdugo de los malhechores del mundo; tomad esa mano, digo, a quien no ha tocado otra de mujer alguna, ni aun la de aquella que tiene entera posesión de todo mi cuerpo.

24 Mejor es estar en un rincón del terrado, que con la mujer rencillosa en casa espaciosa. 1 Como la nieve en el verano, y la lluvia en la siega, así conviene al loco la honra. 2 Como el gorrión en su vagar, y como la golondrina en su vuelo, así la maldición sin causa nunca vendrá. 3 El látigo para el caballo, y el cabestro para el asno, y la vara para el cuerpo del loco.

Finalmente, se entraron entre unos amenos árboles que poco desviados del camino estaban, donde, dejando vacías la silla y albarda de Rocinante y el rucio, se tendieron sobre la verde yerba y cenaron del repuesto de Sancho; el cual, haciendo del cabestro y de la jáquima del rucio un poderoso y flexible azote, se retiró hasta veinte pasos de su amo, entre unas hayas.

Levantó luego a Rocinante, el cual, si tuviera lengua con que quejarse, a buen seguro que Sancho ni su amo no le fueran en zaga. En resolución, Sancho acomodó a don Quijote sobre el asno y puso de reata a Rocinante; y, llevando al asno de cabestro, se encaminó, poco más a menos, hacia donde le pareció que podía estar el camino real.

Viendo, pues, Sancho la última resolución de su amo y cuán poco valían con él sus lágrimas, consejos y ruegos, determinó de aprovecharse de su industria y hacerle esperar hasta el día, si pudiese; y así, cuando apretaba las cinchas al caballo, bonitamente y sin ser sentido, ató con el cabestro de su asno ambos pies a Rocinante, de manera que cuando don Quijote se quiso partir, no pudo, porque el caballo no se podía mover sino a saltos.