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En lo que concierne a Godfrey, había otras razones, para que esos pensamientos fueran continuamente infortunados por aquella circunstancia particular, por aquel vacío de su destino. Su conciencia, que no estaba nunca en completo reposo con respecto a Eppie, le hacía ver ahora su hogar sin hijos bajo el aspecto de una justa retribución.

Ni es verdad que el bienestar sea tan imposible; los infortunados son muchos, pero no todo dimana de injusticia y crueldad; en la misma naturaleza de las cosas se encuentra la razon de estos males, que ademas no son ni tantos ni tan negros como se nos pintan aquí.

Desde hacía algún tiempo la melancolía del señor Spronck aumentaba continuamente; había oído hablar de Carlos Munster antes de la boda; le creía muerto cuando se casó con Eulalia, y al saber su regreso, presintió todo lo que los infortunados amantes tendrían que sufrir.

Adriana, como una divinidad, prodigaba a capricho su favor y su desdén sobre los infortunados que alzaban hacia ella los ojos.

Entonces, los gritos de los españoles agarrotados en medio de aquel horno, fueron tan atroces que los piratas, como a pesar suyo, lanzaron aullidos salvajes para ahogar la voz desgarradora de aquellos infortunados. El incendio estaba entonces en toda su fuerza.

Al mirarle más atentamente, vi en sus ojos extraviados un aire de melancolía sombría que me hizo comprender que se trataba del hijo de los infortunados que acababa de dejar. «¿Qué tal, amigo mío le dije , te encuentras ahora mejor?» «¡Oh! yo creo que estaré mejor contestó cuando los árboles cambien la hoja, y cuando los prados vuelvan a verdear como antes; pero, me parece que por esta vez no habrá primavera.

Sus cualidades morales eran una fiel reproducción de las físicas, y formaban un conjunto de rudeza y asperidades; ángulos agudos contra los cuales rompíanse diariamente las narices los infortunados que vivían con ella. Mi tío, hidalgo campesino, cuya tontera fue proverbial en la comarca, casó con ella, por falta de ingenio y por debilidad de carácter.

Por no separarse de su mujer, a cambio de las migajas de su amor, sufría aparentando desconocer su vilipendio, se burlaba de otros maridos infortunados, pretendiendo garantizar con la osadía la falta de vergüenza; hizo papel de engañado, y así, insensiblemente, fue pasando de la debilidad a la costumbre y de la costumbre al envilecimiento, hasta ser un ejemplar extraordinario, un caso de ceguera moral inverosímil y absurdo.

LA ENFERMERA. ¡Es usted ya demasiado sabia, señorita...! Los infortunados que usted cuidará no tienen necesidad de su ciencia; reclaman solamente su gracia. ¡Amelos! ¡Proporcione a los que sufren la ilusión de una tierna novela! ¡No sienta usted ninguna curiosidad fisiológica...! Procure curar solamente su parte moral. Hay que distraer a estos niños grandes con pasioncillas.

Confieso que no he conocido á Cavour ni á Bismarck, que son los que, en estos últimos sesenta años, han hecho más grandes cosas; pero he conocido á muy ilustres varones, dirigiendo la política de florecientes Imperios, Repúblicas y Monarquías, y, acaso por falta de sonda mental, no he sondeado el abismo que los separa de nuestros infortunados corifeos políticos, abismo en cuyas por inexplicadas honduras han de residir la agudeza, el tino y la sabiduría que hacen que todo les salga bien, mientras que todo por aquí nos sale mal por carecer de esas prendas.