United States or Christmas Island ? Vote for the TOP Country of the Week !


Era chato, rojo, rubio, con unos bigotes amarillentos, caídos y lacios como los de un chino; el traje negro, casi de etiqueta, que en aquella taberna llamaba la atención. Yo me constituí en su defensor, y pensé que si se burlaban de él tenía derecho para hacer algún disparate. Nos levantamos los dos.

Los cabellos retintos del joven dejaban caer dos lacios mechones sudorosos sobre la frente, los párpados estaban como aureolados de misterio, y sobre la palidez mate del rostro, el labio acentuaba su carminoso brillo. Casilda llamole: ¡Mi señor! ¡mi señor! La recadera traía malas noticias.

No lo crea usted. Puede usted serle muy útil. No se sabe el bien que puede hacer una palabra dicha con oportunidad. La Marquesa estaba en su saloncillo, echada en un sofá y con una bata rosa que estaba lejos de rejuvenecerla. Sus ricillos, muy lacios, le caían por un lado, y los postizos, mal arreglados al color del cabello, tenían un lamentable aspecto de negligencia.

Piensa quizá que puede ser que los cabellos lacios sean preferibles, pero no desea que los de Eppie sean de otro modo. Ella adivina que alguien se adelanta detrás de ellos, alguien que piensa en ella de un modo particular y que apela a todo su coraje para ponerse a su lado así que penetren en la callejuela.

El fichú de muselina extremadamente blanco de aquella dama y la papalina que cubría sus bucles de cabellos grises y lacios, formaba un contraste chocante con los trajes de raso amarillo y los tocados aparatosos de sus vecinas. Se acercó a la señorita Nancy con mucha afectación y le dijo lentamente, con voz aguda y suave: Espero, sobrina, que estéis en buena salud.

Medio se incorporó Amparo, apartando de la frente los negros cabellos lacios con el sudor que los empapaba.... ¿Qué me dices? balbució. Lo que te digo, mujer.... El alcalde y el gobernador ya echaron muchos bandos, que los vi en las esquinas.... Y están poniendo trapos de color en los balcones.... ¡Será la cierta! clamó alzando las manos . Sigue, sigue. Pues fui al cuartel... y allí no estaba....

Salvatierra aceptó la invitación, ya que ésta no contrariaba su sobriedad ascética, único lujo de su vida. «Vamos a ver los caballos». No le interesaban gran cosa, pero agradecía el buen deseo de aquella gente sencilla, ansiosa de mostrarle lo mejor de la casa. Atravesaron el patio, bajo el azote de la lluvia, seguidos por algunos perros que sacudían el agua de sus pelos lacios.

Uno de los hombres de la partida arrojó al fuego un brazado de ramillas secas; se formó una alta llama y aparecieron los jinetes de Marcos Divès a caballo: doce hombres corpulentos, envueltos en grandes capas grises, con el sombrero caído sobre los hombros, los espesos bigotes retorcidos o lacios y largos hasta el cuello, el sable en la diestra, inmóviles alrededor del volquete; más allá, Catalina Lefèvre, acurrucada junto a la barandilla de su carro, con una capucha metida hasta la nariz, los pies enterrados en paja y la espalda apoyada en un gran barril; detrás de Catalina se amontonaban una olla, unas parrillas, un cerdo abierto en canal, limpio, blanco y sonrosado, varias gavillas de cebollas y algunas coles para hacer la sopa: todo aquello salió un momento de la obscuridad y volvió a quedar en la sombra.

Se había quitado el negro fieltro para sentir mejor el fresco de la tarde, que agitaba sus lacios cabellos grises.

Adriana, sin hablar, abrazó y besó a su tío. Parecía mucho más tranquila que Raquel, cuyos ingenuos ojos verdes tenían algo de doloroso y de adusto bajo el triángulo de blancura que dejaban sobre su frente los cabellos lacios. Como Adriana, un momento después, quisiera marcharse, el señor Molina la retuvo. Si no tiene apuro, hijita, venga para acá.