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Pasó un brazo por su talle, la atrajo hacia él y la besó donde pudo, donde alcanzaron sus labios, entre el lóbulo sonrosado de una oreja y el cuello moreno, que erizó su piel, estremecida al contacto de los labios. La joven se desasió con rudo empujón. ¡Isidro! exclamó avergonzada . ¡Isidro!... Y bajó la cabeza tristemente, como dolorida por la audacia del amante.

Era blanco, sonrosado, pero sin rastro de afeminamiento, porque tenía hermosa piel, buena sangre, mucha salud; las mujeres le alababan sobre todo la boca, dientes inclusive, la mano y el pie.

Ahora le veía como nuevo y superaba en mucho a sus sueños e imaginaciones; era más guapo, más sonrosado, más alegre y más gordo. El Marquesito vestía aquella tarde un traje de alpaca fina, de color de garbanzo, chaleco del mismo color de piqué y calzaba unas babuchas de verano que Edelmira consideraba el colmo de la elegancia, aunque parecía cosa de turcos.

Pero ni le indemnizaron de nada ni por amor suyo hubo bombardeo, y él adquirió tan mala reputación y crédito, que consideró prudente irse a Cuba. Ya en La Habana, como es mozo gentil y de rostro blanco y sonrosado, logró cautivar el sensible corazón de una rica heredera, muy subídita de color.

Ramiro sintió impulsos de salir al balcón y lanzar un denuesto contra aquel galancete, rubio como un extranjero, blanco y sonrosado como una hembra. No bien despabilada todavía, la guedeja en desorden, los ojos medrosos de luz, y desperezando, ora un brazo, ora el otro, Beatriz, sentada al borde del lecho, dejábase vestir por sus esclavas y doncellas.

Roger no había descuidado por su parte el diario ejercicio de las armas y podía considerársele como tirador no despreciable, ya que no de los primeros. Grande era el contraste que ambos combatientes presentaban: moreno y robusto Tránter, mostraba el velludo pecho y la recia musculatura de hombros y brazos, en tanto que Roger, rubio y sonrosado, personificaba la gracia juvenil.

Era un hombre de veintiocho a treinta años, de estatura más que regular, delgado, rostro fino y correcto, sonrosado en los pómulos, bigote retorcido, perilla apuntada y los cabellos negros y partidos por el medio con una raya cuidadosamente trazada. Guardaba semejanza con esos soldaditos de papel con que juegan los niños; esto es, era de un tipo militar afeminado.

No tardaba en abrirse algún ventanillo y aparecer por él un rostro fresco y sonrosado que al ver a Celesto sonreía mostrando unos dientes admirables. ¿Eres , capellán? Soy yo, Josefina. ¿Qué vientos te traen por aquí?... ¡Ah! , la romería de la Peña; ya no me acordaba. ¿Te vienes con nosotros? No; iré hacia la tarde. Vente ahora, y te llevaremos en brazos. Soy muy pesada.

Nunca había dicho más, acompañando con la misma exclamación de su confuso pensamiento hacia Dios las alegrías y los dolores. Pep había dado varios tientos al jarro de vino, lleno del zumo sonrosado de las mismas parras que extendían un toldo de pámpanos ante el porche.

A no ponerme en ridículo, cerrando en su presencia los ojos, fuerza es que yo vea y note la hermosura de los suyos, lo blanco, sonrosado y limpio de su tez; la igualdad y el nacarado esmalte de los dientes que descubre a menudo cuando sonríe, la fresca púrpura de sus labios, la serenidad y tersura de su frente, y otros mil atractivos que Dios ha puesto en ella.