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Venía caballero en un tonel con muchas guirnaldas de parras repartidas por cuello, brazos y piernas. Por arracadas traía dos grandísimos racimos de uvas. Dio una vuelta por la plaza, llevando alrededor de ocho mancebos que le venían haciendo fiesta»... Y aquellos adjuntos de Baco se llaman D. Guillope de Aceituna, D. Paltor Luquete y D. Faltirón Anchovas.

Con frecuencia, cuando yo era un colegial libre, subía corriendo ese sendero para bajarlo después en pocos saltos; á veces, también me aventuraba alejándome algo por el llano, hasta perder de vista el bosquecillo de la fuente; pero en un ángulo del camino me paraba sorprendido y sin aliento para ir más lejos. A mi lado veía abierto un abismo en forma de embudo, lleno de parras y zarzas enlazadas.

También se veían lozanos helechos, madreselvas, parras vírgenes y otras plantas de arrimo, que se sostenían unas a otras por no haber allí grandes troncos. La Nela sintió que las ramas se agitaban a su derecha; miró... ¡Cielos divinos!

Sobre las cabezas del gentío emergían a caballo los picadores y los alguaciles con sus trajes del siglo XVII. A un lado del corral alzábanse edificios de ladrillo de un solo piso, con parras sobre las puertas y tiestos de flores en las ventanas: un pequeño pueblo de oficinas, talleres, caballerizas y casas en las que vivían los mozos de cuadra, los carpinteros y demás servidores del circo.

La fama del rey volaba por el mundo, porque el rey excedió a los demás reyes, habidos y por haber, en ciencia y en riqueza; y no había persona de buen gusto que no desease ver su cara, y sobre todo, los hijos de Israel, a quienes las naciones extranjeras respetaban y temían, por donde vivieron ellos tranquilos y venturosos, a la sombra de sus parras y de sus higueras, desde Dan hasta Beersebá, durante todos los días de aquel reinado.

Al otro lado del tabique, se apoyaba el lecho en donde Angustias reposaba. Acostados ya, don Guillén me dijo desde su diván: Lo más inmediato y urgente ya lo tengo decidido. Dentro de pocas horas, en el primer tren, saldrá Angustias camino de Castrofuerte, con una carta para don Abel Parras, un canónigo viejo, gordo, pacífico y bonachón, que es mi mejor amigo.

Será para cuando acabe la guerra, porque ahora no está el horno para bollos dijo Marijuán . Yo también voy a casarme con una muchacha de Almunia, que tiene siete parras, media casa y burro y medio de hijuela. También será cuando acabe la campaña, y a todos les convido a mi boda. ¿Y , Gabriel, no piensas casarte?

Va una dama con gran fuero, Y gran pompa y grande brillo, Siguiéndola un carnerillo Que es animal muy casero. Con su manojo de parras Iba el animal ufano, Cuando llega un Don Fulano Que es amigote de marras, ¿Y su esposo? dice luego. Detrás viene, dice ella ... ¡Oh prodigio de la estrella! Detrás marchaba un borrego. A lo léjos, muy á lo léjos, apareció una víctima. Era el marido. A última hora.

En el primero, donde estaba él, mezclábase a la blancura uniforme de la decoración el verde charolado de las palmeras de invernáculo, el verde pictórico de los enrejados de madera tendidos de pilastra a pilastra y el verde amarillento y velludo de unas parras artificiales, cuyas hojas parecían retazos de terciopelo.

Todos los días veían lo mismo: las mujeres cosiendo y cantando bajo las parras; los hombres en los campos, encorvados, con la vista en el suelo, sin dar descanso á los activos brazos; Pimentó tendido á lo gran señor ante las varitas de liga, esperando á los pájaros, ó ayudando á Pepeta torpe y perezosamente; en la taberna de Copa unos cuantos viejos tomando el sol ó jugando al truco.