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Había entrado poco después que el padre un joven gordo, muy gordo, rubio, con patillitas que le llegaban poco más abajo de la oreja, mucha carne en los ojos y fresco y sonrosado color en las mejillas. La ropa le estallaba. Su voz era levemente ronca y la emitía con fatiga. Al entrar nublóse la descolorida faz de Ramoncito Maldonado.

El otro era un guapo chico, rubio, sonrosado, de barba rala e incipiente, ojos azules y húmedos, los labios siempre plegados con sonrisa tierna y humilde, los ademanes respetuosos sin ser encogidos. Había nacido en Cuba de una familia opulenta, que después se arruinó en el juego de Bolsa al establecerse en España.

A cada trecho veíamos, bajo los sombreros de fieltro burdo, ó de paja amarilla y anchas álas, fisonomías femeninas bastante graciosas, con ese color vago del tipo de la Francia centro-oriental, que no es ni el rubio delicado de Picardía y Normandía, ni el suave sonrosado de las alturas jurásicas, ni el moreno picante de las gentes que pueblan las comarcas meridionales de Francia.

Al despertar creyose por un momento en los brazos de su abuela. ¡Oh! La luz de aquel día, de aquel jueves, 11 de febrero, tenía para ella un tinte sonrosado y divino, lleno de poesía y de esperanza, como si todo el día fuera aurora. Su primer juicio fue para apreciar lo que tardaba la hora de su dignificación gloriosa; la hora de una de las más grandes justicias que había visto la tierra.

Su blancura, su transparencia nítida, lo afilado de los dedos, lo sonrosado, pulido y brillante de las uñas de nácar, todo era para volver loco a cualquier hombre. El virtuoso vicario comprendió, a pesar de sus ochenta años, la caída o tropiezo de D. Luis. ¡Muchacha exclamó , no seas extremosa! ¡No me partas el corazón! Tranquilízate. D. Luis se ha arrepentido, sin duda, de su pecado.

No dejó la señora de Aymaret de parar su atención sobre este detalle, cayendo en la cuenta de que el sonrosado encantador semblante de la joven, parecía aún más encantador y más sonrosado cuando Pedro se dignaba dirigirle la palabra, pero para desdicha de la pobre Ketty nada presagiaba que el marqués tuviese la intención de pasar a mayores.

Se decía que sus cabellos eran negros como la endrina, que sus ojos brillaban como dos soles, que tenía manos muy bellas y señoriles, y que la palidez mate de su terso y blanco rostro estaba suavemente mitigada por el sonrosado y vago matiz que arrebolaba sus frescas mejillas.

Pocos años después se presentaba en el teatro la Riquelme, bella joven, tan sensible por naturaleza, que, con admiración de todos, variaba de color, según el diálogo: si el asunto era alegre y fausto, su color era sonrosado, y si sobrevenía algo triste, se ponía en seguida pálida. En esto era tal, que nadie pudo imitarla. Hubo además otros cómicos que se distinguieron por sus notables dotes.

Tenía la hija del molinero de Riofrío figura arrogante y esbelta, y en sus movimientos había gracia inexplicable. Su rostro trigueño y sonrosado ofrecía ordinariamente expresión dura y hasta desdeñosa; pero era tan vivo, tan fresco, tan salado, que causaba en los hombres impresión placentera y picante al mismo tiempo.

Don Sabino el capellán... ¿Se puede hablar con él? articulé con trabajo, mirando a la monja que asomó la cabeza por la ventanita sin reja que había al lado de la puerta. La verdad es que no pensé hallarme con tan gentil portera. Era joven la monjita y tenía el rostro fresco y sonrosado, con ojos vivos y penetrantes. Su acento era marcadamente extranjero.