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Actualizado: 21 de junio de 2025


Somos frágiles: verdaderamente puedes decir: «No me llamo Benina, sino Fragilidad...». Pero no te apures, pues ya sabes que no he de ir con cuentos al Sr. de Ponte para desprestigiarte, y deshojar la flor de sus ilusiones... ¡Qué risa!... No viendo en ti, como no puede verlo, una figura elegante, ni un rostro fresco y sonrosado, ni modales finos, ni educación de señora, ni nada de eso, que es por lo que se enamoran los hombres, habrá visto... ¿qué?

Al volver Pepita la vista tierra adentro, contemplaba, avanzando sobre la ría, un pedazo de Londres bañado por un sol meridional; todo aquel pueblo de cobertizos fabriles é innumerables chimeneas sobre el que pesaba el poderío de Sánchez Morueta y que esparcía en el espacio sus torbellinos de humo sonrosado por la luz de la tarde. Bilbao estaba invisible.

Había en aquella habitación algunas miniaturas de familia, un retrato suyo, de cuando era muy joven y tenía el rostro sonrosado y rodeado de bucles castaños; un retrato en el cual no había un rasgo fisonómico semejante a los del hombre de lo presente; algunos legajos rotulados en un montón de papeles y dos bibliotecas: una antigua, la otra enteramente moderna que manifestaba por la selección especial de libros, las predilecciones que de hecho aplicaba en su vida.

La madera es apreciada en construcción civil por sus buenas cualidades de elasticidad y resistencia; es de color blanco sonrosado con manchas cenicientas, y á veces de un rojo claro muy igual; su madera es sólida y resistente. Baticulin. Madera blanca amarillenta, muy floja y porosa; se labra con facilidad y adquiere buen pulimento.

Liette echó una mirada de amor a un niño blanco y sonrosado que se revolcaba en la alfombra, y dijo con acento profundo: Yo también tengo un hijo. Carlos abrió la ventana y paseó su mirada un poco turbada por los lugares en que se había desarrollado su infancia.

El bastón de Juan Maury era un bambú como cualquiera otro. Por donde descollaba y pasmaba, era por el puño, hecho de marfil en forma de cabeza semi-humana, semi-perruna, bastante bien tallada. Los ojos eran de vidrio, imitando los naturales, y muy luminosos. La parte que figuraba el pelo estaba teñida de negro; en las mejillas había un tinte sonrosado, y en la boca vivísimo color rojo.

Iban asimismo un caballero de edad media, barba gris y voz de sochantre, llamado D. Dionisio, y un jovencito sonrosado, de fisonomía dulce e interesante que respondía por Godofredo Llot. D. Laureano no daba señales de recordar el compromiso contraído.

Vestía con sencillez, como una señorita de la ciudad; su cara y sus manos, tan blancas antes, habían tomado con la continua caricia, del sol una transparencia dorada de trigo maduro; los dedos mostrábanse en toda su esbeltez libres de sortijas, y en el lóbulo sonrosado de las orejas, los sutiles agujeros no soportaban el peso como otras veces de la gruesa masa de brillantes.

Por el contrario, cuando ha llegado hasta mi vista una niña de faz macilenta, con el peinado descuidado, el vestido aunque rico, manchado, sustituyendo algunos botones con alfileres puestos á la ligera, no la he mirado al sonrosado y puro seno, pues estaba seguro que cual en la anterior no descansaría la pequeña imagen símbolo del dolor.

Es un joven de cincuenta años; hermosote, sonrosado, con grandes melenas, como león genuino del Atlas; lente inamovible, sonrisa ídem, apretones de manos a diestro y siniestro; gran parlanchín, bulle bulle, turbulento para echarla de vivo; como aquel alemán, que con el mismo objeto se tiró por la ventana; gran amigo de apuestas; célebre sportman; poseedor de vastas minas de carbón de piedra, que le producen veinte mil libras de renta.

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