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El barbudo hermosote que avanza pisándole la cola del vestido es el esposo: dos metros de talla; se ruboriza cuando tiene que hablar con un extraño, pero se le adivinan unos músculos de boxeador y una gran facilidad para dar «puñete», como él dice... Los que ocupan la mesa con ellos son todos del mismo país: muchachos grandotes y buenazos, que vuelven de Alemania; gente simpática y franca que me quiere y distingue.

Es un joven de cincuenta años; hermosote, sonrosado, con grandes melenas, como león genuino del Atlas; lente inamovible, sonrisa ídem, apretones de manos a diestro y siniestro; gran parlanchín, bulle bulle, turbulento para echarla de vivo; como aquel alemán, que con el mismo objeto se tiró por la ventana; gran amigo de apuestas; célebre sportman; poseedor de vastas minas de carbón de piedra, que le producen veinte mil libras de renta.

Encarnación aprobaba estas afirmaciones con rudos gestos de su rostro hermosote y bravío, contenta de poder expresarse contra aquel hermano que le inspiraba cierta envidia por su buena fortuna. ; siempre había sido un sinvergüenza. Pero la madre protestaba. Eso no; que yo conozco a la niña, y su probe mare fue compañera mía en la Fábrica.

Un joven alemán que se hacía pasar por pariente suyo, y el «barón», el belga hermosote, la escoltaban, hablándose afectuosamente como amigos que beben juntos y juegan al poker, pero con un rencor en la mirada de hombres bien educados que consideran la mayor de las distinciones saber ocultar sus sentimientos.