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Y a menos que mis palabras le desagraden respondió Tristán dirigiéndole una mirada provocativa. El marquesito le miró a su vez en silencio unos momentos y volviendo al cabo la espalda con un gesto desdeñoso murmuró: Razón tienen en decir que está usted loco. Más razón tienen en decir que es usted un imbécil.

Sólo por su juventud, pues no contaría más de veinte años, merecía el marquesito este diminutivo que todo el mundo le aplicaba. Por lo demás era un muchacho corpulento, rubio como el oro y con una expresión infantil en el rostro que contrastaba con la apariencia atlética de su musculatura. Los modales correspondían a aquella expresión: parecía un niño grande.

Hacía ya tiempo que nadie le hablaba de caza y sintió renacer dentro de aquella antigua afición que la dominaba. Pero cuando el criado cerró la puerta, cuando oyó al marquesito gritar aún desde la escalera: «Muchos recuerdos a Tristán: dígale usted que ya le veré uno de estos días», entonces nació repentinamente en su alma una inquietud. ¿Cómo tomaría su marido aquella visita?

Pues... siguió Amalia, viéndose religiosamente escuchada allí estaban Jiménez y el marquesito de Cañahejas, y Monsieur Anatole... y todos leían y comentaban un suelto del Fígaro, en que se refería la sensación causada en una de las estaciones termales más elegantes de Francia y de Europa, por el loco amor de un magnate español a una dama sueca....

Tristán los sentía cada día más rabiosos del marquesito del Lago. Este chico, sin darse cuenta de ello, hacía lo posible por mantenerlos vivos; se juntaba a Clara en cuanto tenía ocasión y no sabía luego apartarse de ella. Era seguro que no hablaba más que de caza y lo que con ella se relacionase, pero el obcecado Tristán hallaba en estas conversaciones un sentido misterioso.

A menudo visitaban a la Regenta la del Banco y el Marquesito. Paco estaba admirado de la heroica resistencia de la de Ozores; no comprendía él que su ídolo, su don Álvaro tardase tanto en conquistar una voluntad, en rendir una virtud, si la voluntad estaba ya conquistada.

Estoy persuadida de que ese amor del marquesito no existe más que en tu imaginación: nadie lo ha echado de ver en la casa más que . Pero aunque así fuese, ni yo he escuchado de su boca jamás sino frases insignificantes, ni le he tratado más que como un amigo. Tristán guardó silencio.

Y entonces reventó Joaquinito Orgaz, que lo sabía todo por el Marquesito. No, no era broma; la cosa iba de veras. Duelo a muerte.

Y sin atender a más, salió del portal el aturdido Marquesito. Petra ya estaba dentro, en el patio, haciendo como que no oía. «Ya sabía a qué atenerse; era aquel. Por lo menos aquel era uno. El Marquesito la había entretenido a ella para dejar solos a los otros. Se le conocía en que estaba tan frío. No le había dado ni un mal abrazo en lo obscuro». Escuchó.

Clara le miró con asombro unos instantes y luego se encogió de hombros. El marquesito vino gozoso a traerle una linda flor de un azul muy vivo. ¡Esta que es hermosa! Hasta ahora no he hallado otra mejor. Clara tomó la flor, pero en cuanto el marquesito volvió la espalda para ir en busca de otras, Tristán se apoderó de ella y la dejó caer al suelo.