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Señores oficiales, se conoce que hay chispa añadió el alcalde ordinario don Tomás Muñoz, y que era, en cuanto a sutileza, capaz de sentir el galope del caballo de copas . Pero no en vano empuño yo una vara que hacer caer mañosamente sobre esos pícaros que traen al vecindario con el credo en la boca. Donde se comprueba que a la larga el toro fina en el matadero y el ladrón en la horca

Así traen á su Pais la moda, la cortesía afectada, el ayre libre, y el ánimo inclinado á vituperar en su propia Patria todo lo que no sea conforme á lo que han visto en la agena.

Pero aquí me traen mi armadura y el ponérmela es ya para tarea larga y difícil. Entretanto se notaba gran movimiento á bordo, los arqueros y hombres de armas formaban en grupos sobre cubierta, examinando aquéllos sus arcos y atendiendo á los consejos que les daban el sargento Simón y otros veteranos, expertos en el manejo de la temible arma.

Los igorrotes habitan las montañas de la parte más al Sur, confinantes ya con la provincia de la Unión; los que se hallan en los sitios más apartados de ellas, no tienen comunicación alguna con los indios cristianos, pero los que ocupan los primeros montes tienen algún trato con las poblaciones, y aunque su comercio es en cortísima escala y muy lento, se ejecuta por lo regular en cambio ó trueque, más bien que con numerario, pues de este solo se sirven para la compra del oro que traen en pequeñas partículas.

-Por mías las marco desde aquí -dijo Sancho-; y nadie las toque, que yo las pagaré mejor que otro, porque para ninguna otra cosa pudiera esperar de más gusto, y no se me daría nada que fuesen manos, como fuesen uñas. -Nadie las tocará -dijo el ventero-, porque otros huéspedes que tengo, de puro principales, traen consigo cocinero, despensero y repostería.

A veces, cuando me traen un papel azul, a pesar de haber abierto tantos en las redacciones, siento que resurge en la superstición del provinciano.

Yo vivo en Barcelona continuó el viejo , pero mi compañero de este distrito murió hace poco de la última borrachera, y ayer, al presentarme en la Audiencia, me dijo un alguacil: «Nicomedes...» Porque yo soy Nicomedes Terruño. ¿No ha oído usted hablar de ?... Es extraño; la prensa ha publicado muchas veces mi nombre. «Nicomedes, de orden del señor presidente que tomes el tren de esta nocheVengo con el propósito de meterme en una fonda hasta el día del trabajo, y desde la estación me traen aquí, por no qué miedos y precauciones; y para mayor escarnio, me quieren alojar don las ratas. ¿Ha visto usted? ¿Es esto manera de tratar a los funcionarios de justicia?

Mira no sea Fray Jorge de Olivares, que es de la orden De la Merced, que aqui tambien ha estado, De no menos virtud y entendimiento, Tanto, que ya despues que obo despendido Veinte mil ducados que traia, En otros siete mil quedó empeñado. O caridad estraña, ó santo pecho! Qué buen dia, compañeros, La limosna está en el puerto, Mi remedio tengo cierto, Porque aqui me traen dineros.

Los años y la cordura que éstos traen consigo parecieron desprenderse de él como las cortezas secas de un árbol que renace. Se creyó vuelto á la juventud. Fué por unos instantes aquel capitán Lubimoff de la Guardia imperial, atropellador de obstáculos y desconocedor del escándalo cuando alguien se oponía á su voluntad.

No diré que si usted bebe ese peleón que traen los arrieros de Toro, lleno de campeche y otras porquerías, no quede usted peor que antes; pero en tratándose del vino de Rueda legítimo y con diez años en la bodega, como el que tiene delante, diga usted que es una bendición del cielo, y que apaga la sed lo mismo que hace discurrir á un borrico... ¡Calle!... ¡pues si no le he traído copa para beberlo!... ¡Válate Dios... válate Dios... válate Dios!...