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Con lo hecho basta, Roger, dijo Norbury. ¡, ! exclamaron otros; se ha portado como bueno. Por mi parte, no tengo el menor deseo de matar á este doncel, si se confiesa vencido, dijo Tránter enjugando el sudor que bañaba su frente. ¿Me pedís perdón por haberme insultado? le preguntó Roger súbitamente. ¿Yo? No en mis días, contestó Tránter. ¡En guardia, pues!

Los relucientes aceros chocaron con furia. Roger cuidó de adelantar continuamente, impidiendo al enemigo el libre manejo de su larga tizona; alcanzóle ésta levemente en un hombro y casi al mismo tiempo hirió él también á Tránter en un muslo, pero al elevar su espada para dirigirle otro golpe al pecho, la sintió firmemente trabada en el corte hecho con ese objeto en la hoja del contrario.

No pido ni espero gracias, repuso Roger. Ayúdame á levantarme, Gualtero. El río ha sido hoy mi enemigo, continuó Tránter, pero se ha portado como bueno con vos, pues á él le debéis la vida que yo iba á arrancaros.... Eso estaba por ver, repuso Roger. ¡Todo ha concluído! exclamó Germán, y más felizmente de lo que yo creía.

Pero la corriente era poderosa y muy pronto comprendió el animoso doncel la dificultad de sostener á flote el cuerpo de Tránter y nadar al propio tiempo hacia la orilla. Á pesar de los más vigorosos esfuerzos no parecía ganar una línea.

En aquella época no se conocía la etiqueta del duelo, pero eran muy frecuentes los encuentros singulares como el que describimos, y en ellos, así como en las justas, habíase conquistado el escudero Tránter una reputación que justificaba sobradamente la amistosa advertencia de Norbury.

Pues entonces, Roger, tirad al suelo ese trozo de espada, aconsejó Norbury. ¿Me pedís perdón? repitió Roger dirigiéndose á Tránter. ¿Estáis loco? contestó éste. ¡Pues en guardia otra vez! gritó Roger, renovando el ataque con vigor tal que compensó la pequeñez de su arma. Había notado que la respiración de Tránter era fatigosa y se propuso hostigarle y cansarle, haciendo valer la propia agilidad.

Conozco al tal Tránter, que no sólo es superior á vos en fuerza física sino muy hábil en el manejo de la espada. Pero Roger de Clinton tenía en las venas noble sangre sajona, y una vez irritado era muy difícil aplacarlo. Las palabras de Norbury que le indicaban un peligro acabaron de afirmarlo en su resolución.

Pronto como el rayo atacó á su vez, mas la espada de Tránter apartó violentamente la suya y continuando su giro descargó otro tajo terrible, que si bien fué parado á tiempo, sobrecogió á los espectadores amigos de Roger.

¡Á la abadía! exclamaron varios escuderos. ¡Un momento, señores! dijo entonces Roger, que había recogido del suelo su rota espada y se apoyaba en el hombro de Gualtero. No he oído á este hidalgo retractar las palabras que me dirigió y.... ¡Cómo! ¿Todavía insistís? preguntó Tránter sorprendido. ¿Y por qué no?

Pero el peligro parecía atraer á éste, que contestó con dos estocadas á fondo, rapidísimas, la segunda de las cuales apenas pudo parar Tránter, y al trazar el quite su espada rozó la frente de Roger, tanto se había aproximado éste.