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Pero ella estaba frente á él, grave, convencida de su voluntad para el trabajo, y esperando el luminoso consejo, como si de él dependiese su destino. Afortunadamente, la misma Alicia, no pudiendo sufrir este silencio, empezó á exponerle sus propias ideas. El revoltijo presente justificaba las más desatinadas resoluciones.

En la mente del Padre Ambrosio había además otro motivo que justificaba la no transmisión de mucha parte de su ciencia. La palabra alada no podía llevarla materialmente y atravesando el aire desde un cerebro humano a otro cerebro humano.

No pocas de ellas, cuando no absueltas, aparecen atenuadas por los sentimientos e ideas de aquella edad en que la razón de Estado propendía a justificarlo todo. Porque siendo la moral harto menos dulce que hoy y menor el respeto a la individualidad humana, los llamados a dirigir los pueblos se creían realmente señores de vidas y haciendas. El fin, más que hoy, justificaba entonces los medios.

Por el camino hablaba el viejo de su situación con tono melancólico; pero sus quejas eran vagas. Llegaron al paseo: una ancha faja de jardín en la orilla del río, exuberante de vegetación, pero tan sombría, que justificaba su título vulgar de «paseo de los desesperados». La concurrencia era la de siempre.

Era aquel el sitio que a Teodoro Golfín le había parecido el interior de un gran buque náufrago, comido de las olas, y su nombre vulgar justificaba esta semejanza.

En el pensamiento de los hombres de aquella edad el éxito lo justificaba todo. Menester era, pongamos por caso, de la pasión patriótica de Góngora cuando cantó la Invencible Armada, para que llamase a Isabel de Inglaterra Reina no, sino loba libidinosa y fiera.

En aquella época no se conocía la etiqueta del duelo, pero eran muy frecuentes los encuentros singulares como el que describimos, y en ellos, así como en las justas, habíase conquistado el escudero Tránter una reputación que justificaba sobradamente la amistosa advertencia de Norbury.

Sus ojos grises, de mirada fija e imperativa, ojos de hombre habituado al mando, eran lo único que justificaba la fama del capitán Llovet, la leyenda sombría que flotaba en torno de su nombre.

Al contrario, si el pueblo se aferraba á la antigua forma dramática, más bien por la costumbre que por verdadera vocación, y si talentos inferiores, capaces sólo de imitar los defectos de sus predecesores, eran los únicos que se consagraban á escribir para el teatro nacional, se justificaba, hasta cierto punto, el empeño de los innovadores, puesto que se les ayudaba indirectamente, y se confirmaban sus censuras á los ojos de aquéllos, que confundían la arbitrariedad degenerada con una libertad prudente y permitida.

La veneración que por Nucha sentía y que iba acrecentándose con el trato, cerraba el paso a la idea de que pudiesen ocurrirle los mismos percances fisiológicos que a las demás hembras del mundo. Justificaba esta candorosa niñería el aspecto de Nucha.