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, señor... y si no, ¿por qué ha dado de estocadas vuestro sobrino á don Rodrigo Calderón? Han sido asuntos suyos... Pues mirad, tiene muy malos asuntos vuestro sobrino. ¡Bah! ¡no tan malos como creéis! Pero en fin, ya que habéis hablado de mi sobrino, por él venía, porque supongo que habrá pasado aquí la noche.

¡Que le case con mi hija! pensaba el cocinero mayor ; indudablemente que éste sería un buen negocio. ¿Pero lo tomaría á bien su padre?... el duque de Osuna es un señor terrible... ¡y aquel cofre!.., ¿qué habrá en aquel cofre?... ¿para qué se habrá llevado el tío Manolillo á Juan á casa de la Dorotea?... ¿y cómo, señor? ¿cómo se anda Juan por esas calles de Dios al descubierto, después de haber dado de estocadas á don Rodrigo?

Pues bien, anoche mi amigo tuvo ocasión de dar de estocadas á don Rodrigo... luego, deseando saber mi amigo si el herido tenía sobre alguna prueba de amores, le encontró... ¿Y qué encontró? Unas cartas... la prueba de la conspiración más pérfida... ¿Cartas de quién? De varias personas... ¿Había alguna del conde de Olivares? ... ciertamente contestó Quevedo á bulto.

En aquel momento Zagarramurdi parecía el hombre prehistórico embutido en sus feroces barbas, y Oricaín, el formidable oso navarro, perdía mucho en belleza, porque la máscara de alambre disimulaba su fealdad. Basta de estocadas dijo . Zugarramurdi, pásate por casa de don Tomás Zumalacárregui y dile que le espero mañana. Oricaín, alcánzame mi rosario y voto.

El sargento, todo iracundo y furioso, cargó contra el alcalde don Leonardo Henriquez, que recibió tres estocadas, las cuales dieron con él en tierra, siendo de consignar que apenas los alguaciles vieron caído al alcalde y que los soldados llevaban la mayor ventaja, huyeron precipitadamente por las callejas que encontraron más á mano, buscando en las sombras facilidades á su fuga y desamparando cobardemente al pobre hombre que, con desgarradores é inútiles gritos, pedía favor, viendo su muerte próxima.

Han sido cuentas mías. Algo más que asuntos vuestros han sido. Os pregunto á nombre de su majestad la reina. ¿Conoce vuestro tío el secreto? ¿Qué secreto? El de vuestras estocadas con don Rodrigo. Mi tío está fuera de Madrid. Guardó otra vez silencio el padre Aliaga. ¿Cuándo habéis llegado á Madrid? He venido á asuntos propios. ¿Guardaréis con todos la misma reserva que conmigo? ¡Padre!

Muchas veces, al hablar de Gallardo, «un chico valiente pero con poco arte», miraban temerosos hacia la puerta. Que viene Pepe decían, y la conversación quedaba rota. Entraba Pepe agitando sobre su cabeza el papel de un telegrama. ¿Tienen ustedes noticias de Santander?... Aquí están: Gallardo, dos estocadas dos toros, y en el segundo la oreja. Nada; lo que yo digo: ¡el primer hombre del mundo!

Las cuchilladas, estocadas, altibajos, reveses y mandobles que tiraba Corchuelo eran sin número, más espesas que hígado y más menudas que granizo.

¡Ah! dijo el rey, dándose una palmada en la frente ; pues ya lo comprendo todo; el tal afortunado hidalgo quitó á estocadas á don Rodrigo la prenda, y como sabía, por haberlo oído, el nombre y el empleo en palacio de la dama, vino ó presentarla la prenda... se vieron y se enamoraron el uno del otro ¡ah, ah, véase lo que son los acasos!... y si... si... ¡por mi ánima que quisiera ver!... ¿Habrá algún inconveniente en pedir á doña Clara esa prenda?

Pero los perseguidores no se detuvieron y también entraron atropelladamente en el templo con las espadas desnudas, y hasta el pie del altar persiguieron al enemigo sin consideraciones ni respetos algunos, diciendo el antiguo manuscrito de efemérides sevillanas, donde se cuenta el suceso, que «el sacerdote se quitó la casulla y echósela encima al caballero; y apesar de esta prevención, sus contrarios le dieron de estocadas, pasando la casulla, y lo mataron.