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Roger se quitó la gorra reverentemente, pero el pechero apoyó ambas manos sobre su bastón y miró con expresión nada amistosa al grupo de caballeros que seguían al rey. ¡Hola! exclamó Eduardo deteniendo su caballo en medio del camino y mirando á Roger y su compañero. ¡Le cerf! ¿Est-il passé? ¿Non? Ici, Brocas, tu parles l'anglais.

¿Y te has puesto árnica, hijita? ¡Bah, no vale la pena! prosiguió mi tía; comed vuestra sopa, señor cura, y no os ocupéis de esa atolondrada; bien merecido le está. El cura no dijo, pues, nada, me hizo una seña amistosa y me examinó furtivamente. Mas yo no prestaba mayor atención a lo que sucedía en torno mío.

Estas observaciones debió de hacerlas a su debido tiempo; pero no las hizo por causas que ignoramos. Desde este día comenzó a salir como antes. Al cruzar por delante de la casa de Raimundo nunca dejaba de enviar su cabezadita amistosa al mirador, desde donde le contestaban con verdadera efusión. Y según iban transcurriendo los días, el saludo era cada vez más expresivo.

Entre los paisanos armados que se juntaron con Echevarri existía un grupo compuesto de contrabandistas de Sierra Morena, de Villamanrique y de Pozo Alcón, con los cuales fraternizaron bien pronto, formando amistosa cuadrilla, los licenciados de Málaga, batallón que se formó con alguna gente condenada por faltas, y que la Junta tuvo a bien indultar.

El único ser que tiene para ella amistosa y desinteresada devoción es un pobrecito jorobado, desvalido y casi inútil.

Sólo Tiburcio de Simahonda, con cuatro soldados que le escoltasen, todos en buenos y ligeros caballos, debía seguir adelante, como explorador, para ver si hallaba no muy largo y seguro camino por donde todos pudiesen ir a la corte del gran monarca de los mongoles, Babur, si este había apaciguado ya sus dominios, si se hallaba en alguna ciudad menos distante que la remota Samarcanda, y si concedía su favor y la esperanza de una recepción amistosa.

Entonces reñiremos, afirmó el militar con sonrisa de amistosa franqueza, que desarmó en parte el enojo de Clara. ¡Por Dios, que va á llegar! ¿Pero quién es usted? ¿A qué viene usted aquí? ¿Quién le ha dado licencia para entrar? Usted es el que vino el otro día con él. Ya le reconozco; pero no entiendo á qué viene hoy. ¡Pascuala, Pascuala! No me mire usted como enemigo.

¡Cuán lejanas le parecían ahora las luchas sostenidas hasta un mes antes!... El millonario experimentó una gran sorpresa al ver cómo el sacerdote, saliendo de su casa para entrar en la iglesia, saludaba al pasar al alcalde con una sonrisa amistosa. Después de largos años de mutismo hostil se habían encontrado en la tarde del 1.º de Agosto al pie de la torre de la iglesia.

Estos testimonios, sin embargo, parecían más bien señal de una preferencia amistosa que la de una apasionada ternura. Es menester decir, además, que esta distinción se explica fácilmente.

Y nada de esto dicen los periódicos, nada pueden decir, aunque les conste á los escritores sin ningun género de duda. Los periódicos no lo dicen todo sobre las cosas. Hasta en política, no es verdad que los periódicos lo digan todo. ¿Quién ignora cuánto distan por lo comun las opiniones que se manifiestan en amistosa conversacion de lo que se expresa por escrito?