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Y el náufrago, obsesionado por este recuerdo, apenas concedía importancia á las escenas siguientes: la lucha de la muchedumbre por ganar los botes; los esfuerzos de los oficiales para imponer orden; la muerte de muchos que, locos de desesperación, se arrojaban al mar; la trágica espera aglomerados en embarcaciones que apenas sobrenadaban unos centímetros sobre las aguas, temiendo un segundo naufragio á poco que se alborotasen las olas.

Ahora, Laura, usted me habla con ese modo de intimidad que me gustaba tanto... en las raras veces que usted me la concedía... Pero por la pena de verla tan delgada y con esa carita de enferma, no puedo hacerme toda la ilusión de que la amistad antigua continúa. Es por otra cosa que no puede hacerse la ilusión.

Las antiguas, o sea las que llevaban ya veinte o más años de pedir en aquella iglesia, disfrutaban de preeminencias que por todos eran respetadas, y las nuevas no tenían más remedio que conformarse. Las antiguas disfrutaban de los mejores puestos, y a ellas solas se concedía el derecho de pedir dentro, junto a la pila de agua bendita.

La señora de Montauron, que profesaba a la soledad cordialísimo aborrecimiento, concedía a sus amigos la más amplia hospitalidad en su campestre mansión, aunque, habiendo resuelto que aquel año de 1875 marcaría el fin del celibato de su sobrino, extendió aún más sus invitaciones en esta jornada, poniendo en la confección de las listas de convite los más diplomáticos cuidados.

No me halagaba mucho aquel papel de cachetero que se me concedía y casi por caridad; pero con el deseo de poner algo de mi parte en aquella empresa feroz tan pronta y felizmente rematada, aceptéle de buen grado, y hasta sentí muy grande complacencia en ver que con un balín de mi revólver encajado en el oído de la osa, la había producido yo las últimas convulsiones de la muerte.

Mascaba y tragaba con avidez; alimentos y líquidos, al pasar por su boca, adquirían un nuevo sabor raro y divino. El hambre ajena era para él un excitante, una salsa de interminable deleite. Francia le inspiraba entusiasmo, pero á Rusia le concedía mayor crédito. ¡Ah, los cosacos!... Hablaba de ellos como de íntimos amigos.

Bien penetrada de esta verdad, Juana la sintió en su alma, como un toro siente en el morrillo el primer par de banderillas; hízose más áspera y brutal que de costumbre, y se prometió arrollar cuanto hallara por delante, creyendo demostrar así, mejor que con dulzura y sencillez, que era tan digna como la más encopetada de ocupar el puesto que no se le concedía.

Difícil sería determinar a qué podría haber llegado en condiciones más favorables que las de esclavo de un periodista poco retribuido y abrumado de trabajo; solamente que recibía las escasas e irregulares muestras de bondad que le concedía con suma gratitud. Leal y paciente, poseía dos cualidades de que carecen la generalidad de los criados americanos.

El novio Azagra quiso usar del derecho que le concedía el matrimonio, pero Isabel le rogó y consiguió que se abstuviese por aquella noche, única que le faltaba para cumplir al cielo cierto voto.

M. Simeón, ministro del Interior e Instrucción pública, le remitió de parte del rey Luis XVIII una colección de los clásicos latinos de Lemaire con el lisonjero testimonio de la satisfacción de S. M., quien le concedía espontáneamente una pensión literaria, con cargo al presupuesto del fomento de la literatura; cuya pensión venía destinada a suplir en parte el pequeño sueldo que disfrutaba en la diplomacia.