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En vano el horrible Tamorlan, semejante á un lúgubre metéoro, azotando al orbe incrédulo á diestro y siniestro, desde Samarcanda hasta Delhy, y desde Moscovia hasta la China, cubre los páramos del Asia de ruinas y de sangre; los batallones turcos bajan de la region de los Lobos como los aludes que se desprenden de las montañas de nieve, y sojuzgan brevemente la Persia, el Asia menor, el Asia central.

Dos años ha, Babur, emperador de los mongoles, se apoderó de Lahor desde donde amenazaba conquistar con rapidez toda la India; pero Babur ha tenido que abandonar a Lahor para vencer a los rebeldes que pugnan por desbaratar todo su imperio. Bactra, Kiva, Bokara, y hasta su misma capital Samarcanda se han levantado contra él.

Se distinguían bien los muros, palacios, templos y monumentos de una muy hermosa ciudad; y más cerca, casi al pie de la sierra, un edificio amplísimo, a modo de suntuoso monasterio, tal por su esplendor y grandeza, que nada en la mente de los viajeros se le igualaba en España ni en Portugal, ni en la propia Samarcanda, aunque ellos magnificasen con el afectuoso recuerdo la esplendidez de lo que cada cual había visto y admirado en su patria.

Sucesos que principian una mañana en Macedonia, terminan de la manera más natural la tarde misma de aquel día, en un palacio de Babilonia, y una princesa de Aragón, cautivada al anochecer en Sicilia, discute a media noche y sin intérprete con un moro en Samarcanda.

Sólo Tiburcio de Simahonda, con cuatro soldados que le escoltasen, todos en buenos y ligeros caballos, debía seguir adelante, como explorador, para ver si hallaba no muy largo y seguro camino por donde todos pudiesen ir a la corte del gran monarca de los mongoles, Babur, si este había apaciguado ya sus dominios, si se hallaba en alguna ciudad menos distante que la remota Samarcanda, y si concedía su favor y la esperanza de una recepción amistosa.

En su bazar, situado en una de las calles más céntricas, se veían reunidos los más preciosos objetos de la industria humana, así de lo que en nuestra Península se producía como de lo traído de remotas regiones; de Bagdad, de Damasco, de Bocara, de Samarcanda, de la Persia, de la India y del apenas conocido inmenso imperio del Catay.

Aunque confusa y enmarañadamente, los seis presumían de buenos cristianos, y todos eran tataranietos de tres elegantes y lindos escuderos de Castilla, que habían acompañado a Ruy González de Clavijo cuando visitó a Tamerlán como Embajador de Enrique III. Tres señoronas de la corte de Samarcanda, tan encopetadas como antojadizas, se habían prendado de los escuderos susodichos, se habían casado con ellos, reteniéndolos en el centro del Asia, y de tales enlaces procedían los Pérez, los Fernández y los Jiménez, de cuyo patriótico atavismo aquí damos cuenta.