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Y los cielos parecía que habían hablado por su boca; tal fué su acento de armónico y delicado, y el soldado, con su mejor gracia posible, replicó: Si no Dios, al menos los ángeles están en nuestra compañía; vuestro sirviente, dama hermosa, ha cumplido con vuestro dadivoso encargo, y mirad lo que mandáis, que obligación tengo de obedeceros, aunque menester fuera ir a las tierras del Catay, o a la noche de la Noruega; mandad, señora, y no reparéis en este entorpecimiento de mi persona, apoyada en rodrigones de palo; mandadme, que tal fuerza haría la voluntad, que todavía se hiciese obedecer cumplidamente de la ligereza del cuerpo.

Un aventurero genovés había ofrecido llegar a Cipango y al Catay, atravesando con sus naves el nunca surcado y tenebroso mar de Sargaso, y el aventurero había descubierto extensas y hasta entonces incógnitas regiones, donde había ido a plantar la cruz del Redentor y el pendón de Castilla, dejando entrever y haciendo augurar que la tierra en que vivimos es mayor de lo que se pensaba y que todo lo oculto y misterioso que hasta entonces había habido en ella, iba a revelarse y a manifestarse a nuestros ojos y a ser dominado por castellanos y aragoneses.

El Caballero camina entre ellos como un viejo patriarca entre su prole: Dolor, Miseria y Locura. ¡Catay, el amo que torna! ¡Vuelve a su silla el rey de Castilla! EL MANCO LEON

Es la nueva construcción, según va dicho, reproducción en cuanto cabe después de cuatro siglos de intervalo, de la nao que gobernaba Cristóbal Colón en el primer viaje á las ignotas tierras de Occidente, situadas en el camino de Catay y Cipango, que él buscaba.

Poco dixo al del Catay, que habia hablado con mas juicio que los demas; y al cabo se explicó así: Amigos mios, íbais á enojaros sin motivo, porque todos sois del mismo dictámen. Todos se alborotáron al oir tal. ¿No es verdad, dixo al Celta, que no adoráis esta agalla, mas al que crió el roble y las agallas? Así es la verdad, respondió el Celta.

Para es evidente la forma esférica o casi esférica de la tierra. A la extremidad de ese mar han de estar Cipango, el Catay y la India. Lo difícil ahora ha de ser para el que navegue hacia el Occidente hallar el término de ese valladar o hallar un canal o estrecho, por donde se pase del mar del Atlante a ese otro mar de Balboa.

Los eunucos hacinaron telas, papeles, muebles, cuantos objetos consideraron más combustibles, alzándolos en montón contra la pared de la espléndida sala, cubierta de sedas del Catay y de chales y tapices de Cachemira, y cuya artesonada techumbre era de nácar, concha, sándalo, cedro y otras preciosas maderas que en delicados embutidos y en linda taracea se combinaban.

Con la llegada de las caravanas se difundían las asombrosas noticias del reino del Preste Juan y las maravillas de las ciudades de mármol y oro, enormes como naciones, que se levantaban junto a los ríos del Catay o en las islas de Cipango.

En gran parte me debe España la gloria de haber roto ella el misterioso secreto de los mares y de haber descubierto islas florecientes y extensa tierra firme, rica en perlas y en oro, que todavía se pone como valladar para impedirnos llegar a Cipango, al Catay y al imperio del preste Juan, por donde ya penetran los portugueses, siguiendo opuestos caminos y navegando hacia las regiones donde se pensaba que tenía su tálamo la Aurora.

El gran cantor de su belleza, el famoso Ariosto, por no atreverse, o por no querer cantar lo que a esta señora le sucedió después de su ruin entrego, que no debieron ser cosas demasiadamente honestas, la dejó donde dijo: Y como del Catay recibió el cetro, quizá otro cantará con mejor plectro.