United States or Afghanistan ? Vote for the TOP Country of the Week !


No era uno masa, no era vulgo. Con tan honrosa credencial, estaba yo autorizado para saludar en el paseo á las señoritas más encopetadas, para tomar sorbete en el salón principal del Suizo, para codearme con los hombres elegantes, y, sobre todo, para entrar sin obstáculo en los círculos cuyas puertas se cerraban, por razón de lustre, á la inmensa mayoría de mis conciudadanos. ¿Era esto costal de paja?

Con los ojos clavados en la puerta, esperaba inquieto y afanoso la salida de la familia de Belinchón, que como principal y de las más encopetadas, se retrasaba siempre para no confundirse con la plebe. Por fin a la luz del farol que ardía sobre el marco de la puerta, divisó la fisonomía de doña Paula y en seguida la de Cecilia. Abalanzóse trémulo a saludarlas.

Aunque confusa y enmarañadamente, los seis presumían de buenos cristianos, y todos eran tataranietos de tres elegantes y lindos escuderos de Castilla, que habían acompañado a Ruy González de Clavijo cuando visitó a Tamerlán como Embajador de Enrique III. Tres señoronas de la corte de Samarcanda, tan encopetadas como antojadizas, se habían prendado de los escuderos susodichos, se habían casado con ellos, reteniéndolos en el centro del Asia, y de tales enlaces procedían los Pérez, los Fernández y los Jiménez, de cuyo patriótico atavismo aquí damos cuenta.

Mañana nos vamos allá». Doña Lupe no iba a ver a Mauricia por pura caridad. Tiempo hacía que Guillermina la fascinaba, más por el señorío que por la virtud, y ya que la gran fundadora iba a hacer patente su santidad, teniendo por corte a las damas más encopetadas, en lugar accesible a doña Lupe, ¿por qué no había esta de intentar meter la jeta? Pues qué, ¿no era ella también dama?

En fin, que algunas señoras de las más encopetadas se atrevieron a romper la tradición, y desde Octubre en adelante, hasta que volvía Pascua florida, se pasearon con gran descoco en el Espolón. Tras aquéllas fueron atreviéndose otras; los pollos advirtieron que el Paseo de los curas era más corto y más estrecho que el Paseo Grande, y esto les convenía.

Pues supongamos, y usted perdone la franqueza, que se trata de usted y que la llueven a usted pretendientes de muchas condiciones y de muchas partes; que viene el labriego humilde con el homenaje de su pobreza disculpada con la envoltura de sus honradas intenciones; que la solicita el hidalguete de gotera, de esos que tienen la manta de sus recursos tan ajustada a sus necesidades, que si tiran de ella para cubrirse el pescuezo, dejan al descubierto los pies; y el hacendado tosco que funda su mayor vanidad en haber sudado mucho el pedazo de pan que le ofrece a usted con mano callosa y palabra torpe... y sudando; y el abogadillo de pocos pleitos y con la manta del hidalguete; y así, por esta escala arriba, hasta el personaje que la brinda, en el mundo de donde él viene, con todas las tentaciones del lujo y del esplendor; vamos, con la vida que hacen las más encopetadas señoronas del teatro que usted acaba de ver pintado en ese libro.

Para vivir pobremente, comer mal y andar por esas calles hecha un guiñapo, cubierta la cabeza con un mantoncillo de mala muerte, cuando si quisieras podrías ir vestida como una reina y ser la envidia de las más encopetadas y ricas señoras de este lugar, sin que la propia doña Inés dejara de contarse en el número de las envidiosas. ¿Y cómo he de hacer yo ese milagro? preguntó Juanita.

Los sugetos de suposición y campanillas le convidaban a bailes y fiestas, y las damas más graciosas y encopetadas le ponían ojos amorosos; pero él era bueno, pudibundo e inocentón, y nada útil sacaba de todo esto. El dinero que le dieron sus tíos se iba consumiendo, y no acudía nuevo dinero a reemplazarle.

Además de estos gustos que a la relación con Miranda debía, esponjábase el buen viejo que ya sabemos cuán poco tenía de filósofo cuando le encontraban las gentes mano a mano con tan bien portado caballero, íntimo del gobernador y familiar comensal de las gentes más encopetadas de la ciudad.

Decían las gentes que algunas encopetadas señoras le habían pagado con dulzuras infinitas, más que los elogios para ellas, las censuras para otras.