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Nada se había escapado a su penetración y a su sabiduría; su poder de investigación le daba el don de la clarividencia, y casi le igualaba con el propio Dios. »El se enjugaba mientras tanto la sudorosa frente, sintiendo desvanecerse su última esperanza. Afirmábase en su ánimo la convicción que tenía de no haberse equivocado.

No se cansaba de admirar las gruesas y pequeñas puertas, que daban, al parecer, sobre el infierno, y nada para él igualaba la destreza del obrero que soplaba botellas por la extremidad de una caña larga, o moldeaba con hábil ademán el cristal en fusión.

Ninguno le igualaba en furor y osadía, razón por la cual su gente, entusiasmada con tal ejemplo, arrollaba á los contrarios cual si fuesen manadas de carneros. Nuestra viajera no sabía cómo expresar su frenético alborozo ante la sublime tragedia. «¡La gloria! ¡Qué gran cosa es la gloria! exclamaba, siguiendo lo más cerca posible al rey victorioso.

Se detuvo, no porque había agotado sus argumentos que los elegía en un arsenal inagotable como si se calmara de súbito por una reacción instantánea sobre mismo. Nada igualaba en Oliverio al temor de parecer ridículo, al cuidado que poseía en no decir mucho o demasiado poco, al sentido riguroso de la medida. Escuchándose advirtió que hacía un cuarto de hora que estaba divagando.

Paz, de rodillas, recogía monedas; Salomé, de rodillas, recogía también; pero la gruesa, con su pesada mano, no igualaba en presteza á la nerviosa, que iba más ligera y cogía dos piezas en lo que su tía atrapaba una. Salomé parecía una loca.

Sígala con el original, y vea si está bien. »Había dos papeles; me entregó uno y dio el otro a mi profesor, cuya inquietud igualaba a la mía. Teobaldo estaba turbado, pálido. Pero su admiración fue tan grande como la que yo experimenté, cuando fijó su vista en el papel que se me había entregado; la carta del margrave estaba delante de legible, la entendía perfectamente.

Nadie le igualaba en forjar incidentes venideros, enlazándolos para hacer con ellos una vida muy dramática y muy interesante; trabajaba involuntariamente con el pensamiento en la elaboración de estas acciones futuras; y siempre tenía ante la imaginación aquella gran perspectiva de hechos en que desempeñaba la principal parte una sola figura, él solo, Lázaro.

Fue necesario que el mismo don León tomase la palabra y dijese a grandes voces el trozo, acompañándose de furiosos ademanes. Nosotros sentimos el terror de lo patético, cosa que lisonjeó mucho al profesor, y muy singularmente nos conmovimos al observar que la mesa se resquebrajaba con un tremendo puñetazo. Su castidad igualaba, si no excedía, a su energía.

Existía allí un horno célebre, que asaba por Navidades más de cuatrocientos pavos de distintos calibres. Las empanadas de perdices y de liebres no tenía rival; sus pasteles eran celebérrimos, y nada igualaba á los lechoncillos asados que salían de aquel gran laboratorio. Al por menor se vendían en la tienda: rosquillas, bizcochos, galletas de Inglaterra y mantecadas de Astorga.

Se distinguían bien los muros, palacios, templos y monumentos de una muy hermosa ciudad; y más cerca, casi al pie de la sierra, un edificio amplísimo, a modo de suntuoso monasterio, tal por su esplendor y grandeza, que nada en la mente de los viajeros se le igualaba en España ni en Portugal, ni en la propia Samarcanda, aunque ellos magnificasen con el afectuoso recuerdo la esplendidez de lo que cada cual había visto y admirado en su patria.