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Si llegó tarde, fué sin duda porque tuvo alguna ocupación: eso no tiene nada de particular. Lázaro se porta bien: yo se lo aseguro á ustedes. ¡Jesús, señor don Elías! exclamó Salomé como si oyera una obscenidad. ¡Jesús, señor don Elías: yo esperaba de usted algún miramiento para con nosotras! Pero, señoras, digo tan sólo que si mi sobrino llegó tarde, fué porque tuvo algo que hacer.

¿Que está muy mala doña Paulita? dijo en voz casi imperceptible el muchacho. , señor; y usted, con esas voces, no la deja reposar. Pero si yo no he alzado la voz.... Calle usted, señor don Lázaro, calle usted, y no me desmienta. En esta disputa estaban cuando Salomé apareció, diciendo: ¡Por Dios, que está Paula con el recargo, y con este ruido se va á agravar!

Como está una en desgracia... añadió la dama continuando la queja interrumpida, ya no se nos guardan ciertas consideraciones, y se nos desmiente cuando afirmamos una cosa. ¡Yo, señoras mías! balbució Elías. En otro tiempo dijo Salomé, respirando fuerte y acumulando en la mirada todo el desdén de su carácter, en otro tiempo no pasaba así.

Lázaro, precedido por María de la Paz, entró en la sala. Lo primero que vieron sus ojos fué á Clara, que estaba sentada junto á la devota y cosía con la cabeza baja, sin atreverse á mirar á nadie. Vió su turbación y su empeño en disimularla. Después miró á todos lados y vió á su tío, respetuosamente sentado al lado de Salomé, cuyos reales estaban plantados al extremo oriental de María de la Paz.

Entró en la casa, subió y halló á Salomé en extremo impaciente, mientras María de la Paz se hallaba en un estado de irascibilidad terrible. Ha tardado usted más de una hora: ¿dónde ha ido usted? exclamó mirando al joven con recelo. Señora ... señora ... dijo Lázaro balbuciente, no he podido ... Se ha agolpado la gente en la calle ... y me he encontrado entre la multitud sin poder volver.

Me parecía que doña Salomé estaba revoloteando encima de mi, mostrándome sus ojos rencorosos y sus uñas terribles; me parecía que doña Paz estaba detrás de la cama, y que de tiempo en tiempo sacaba el brazo para abofetearme. Estuve temblando y envuelta en mis sábanas para no verlas; pero siempre las veía. ¡Qué feas son!

Hemos estado buscando jóvenes, y ya hemos encontrado algunas; pero aún nos faltan cinco. La fiesta es mañana: y si no encontramos hoy esas que faltan, se va á deslucir la función. ¡Qué contratiempo! No saben ustedes cuánto he trabajado para buscarlas. Son muy guapas las que tengo ya. Señor don Gil, por Dios chilló Salomé en el tono de una honesta dama que reprende el atrevimiento de su galán.

Después le parecía que menguaban, que disminuían hasta ser tamañitas: Paz como una nuez, Salomé como un piñón, Paula como una lenteja.

En el otro cuarto, María de la Paz y Salomé habían exhumado de las profanas gavetas unas vetustas vestiduras de seda valenciana, que habían sido en mejores tiempos elegante ornato de sus personas.

Pues bien, una mañana se paseaba Doña María de la Paz por aquellas alamedas del aseo, cuando entró Doña María Salomé, y dándole una carta que acababan de traer a la casa, le dijo: Otra carta para el Sr. D. Carlos. Viene con sobre a ti; pero es para él. Mira las tres cruces. La letra parece del Sr. D. Felicísimo.