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¡Rayo de Dios! gritó el general, dando otro terrible puñetazo sobre la mesa . ¡Esta chiquilla ha concluido con mi paciencia!... A ver, ordenanza, que conduzcan inmediatamente esta joven a la cárcel y la pongan incomunicada hasta nueva orden...

le pediste permiso para citar un texto de no recuerdo qué autor antiguo. Me parece oírle vociferar, pegando un puñetazo en la mesa: "¡Esa no es la doctrina moderna!"

Don Álvaro disimuló difícilmente el bochorno. «¡Mayor puerilidad! pero estaba avergonzado de veras». Además, él, que miraba a los curas como flacas mujeres, como un sexo débil especial a causa del traje talar y la lenidad que les imponen los cánones, acababa de ver en el Magistral un atleta; un hombre muy capaz de matarle de un puñetazo si llegaba esta ocasión inverosímil.

Pues si soy una columna, ¿por qué no me echan encima el peso que me toca? Soy columna o palillo de dientes, señor Cardenal, ¿en qué quedamos?». El Magistral, que estaba solo y seguro de ello, dio un puñetazo sobre la mesa. Voy, señorito gritó una voz dulce y fresca desde una habitación contigua. El Magistral no oyó siquiera.

Ferragut quiso saber cuándo había llegado, y el portero, elevando los ojos, se entregó á un largo cálculo mental... Al fin marcó una fecha, y el marino, á su vez, compulsó sus recuerdos. Se dió en la frente una palmada, ruda como un puñetazo. Era su hijo el joven que había visto entrando en el albergo cuando él marchaba á encargarse de la goleta para llevar combustible á los submarinos alemanes.

La falta del otro estaba oculta por una venda negra que moldeaba la cuenca vacía. Luego vió su pecho cubierto por el paño azul de una blusa vieja de oficial. Pero al llegar aquí, la mujer vaciló sobre sus pies, como si la sorpresa le asestase un puñetazo demoledor. Lanzó un grito.... El herido no continuaba.

Hubiérase dicho que meditaba un crimen, y también que lo había decidido, cuando, dando un fuerte puñetazo en el brazo de la poltrona, se levantó de repente. El espejo que coronaba la chimenea reflejó entonces su fisonomía descompuesta, y al verse allí retratado tuvo uno de esos miedos solitarios, pueriles, que cortan de un solo golpe a la audacia sus alas gigantescas.

¡El puñetazo que se llevaría la tal, de no existir la verja entre las dos!... Empezaba á dirigir terribles alusiones al pecho plano de la doncella, á sus angulosidades de muchacho, subiendo rápidamente el diapasón de sus ofensas, cuando sintió que la cogían de los hombros. Al volver la cabeza, vió junto á la acera un automóvil que acababa de detenerse.

Había vuelto en unos segundos los años de su adolescencia, cuando se aporreaba con los compañeros de pobreza en alguna trattoria del puerto de Génova. A fuerza de tirones y algún que otro puñetazo, varios hombres de buena voluntad consiguieron separar á sus dos jefes.

El cocinero sorprendía á su gente repartiendo cebollas crudas, voluminosas, de acre perfume que arrancaba lágrimas y una blancura de marfil. Eran un regalo de príncipe mantenido en secreto. No había mas que quebrarlas de un puñetazo para que soltasen su viscosidad, y luego se perdían en los paladares como bocados crujientes de un pan dulce y picante, alternando con las cucharadas de arroz.