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Pero se jugaban este socorro, lo perdían, y como los deudores del Casino no pueden volver á él hasta que han cumplido sus compromisos, quedaban clavados en la plaza para siempre, con la ilusoria esperanza de un dinero que todos ellos ignoraban de dónde podría venir.

Indudablemente sentían amor intenso a la belleza real, lo que se prueba observando cómo daban a las figuras santas tal aspecto de verdad, que lo que perdían en alteza, lo ganaban en verosimilitud, mas no era posible que nada de lo que les rodeaba a diario les pareciese objeto digno de emplear en ello su observación y sus pinceles, cuando la voz de la Iglesia, tan temida y respetada entonces, les decía que la vida terrena y transitoria, es cosa baja y despreciable en comparación de la celestial eterna.

Sin embargo, el valiente y artificioso Quino, después que dejó á su amigo en seguro, se lanzó otra vez á la refriega. Observando que los suyos, antes tan animosos, cedían al empuje poderoso de Toribión y perdían terreno gradualmente, una tristeza profunda le traspasó el corazón. Entendió claramente que no tardarían en darse á la fuga.

Eran amigos antiguos, a quienes Bettina trató como tales, declarándoles con toda franqueza que perdían completamente su tiempo; mas ellos no desalentaban, y formaban el centro de una pequeña corte muy obsequiosa y muy asidua que giraba en torno de Bettina. Pablo de Lavardens hizo su entrada en la escena, captándose rápidamente la amistad de todo el mundo.

En el coro gemía una voz de tenor las lamentaciones y trinos de los profetas orientales. Estos lamentos por la muerte de Cristo se perdían sin eco en el templo medioeval, monumento democrático de una época que Introdujo en todas las expansiones religiosas su alegría de vivir al amparo de los muros, mientras la muerte y la desolación corrían los campos.

Ya no llegaba a él de puntillas; palpando en la sombra; ahora lo abría a raíz de la cosecha y sus manos se perdían con temblores de felicidad en los fajos de billetes entregados por su suegro a cambio de las naranjas, y pensaba con fruición en lo que este guardaba en los Bancos y algún día vendría a su poder.

Pero otras preocupaciones más importantes atormentaron al coronel. Se había iniciado la temida ofensiva. Los telegramas de la guerra eran lacónicos y tristes. Retrocedían los aliados ante el avance alemán. Sus líneas no se rompían, pero vacilaban, se encorvaban bajo los abrumadores golpes del enemigo. Todos los días se perdían docenas de pueblos y grandes espacios de terreno.

Sus ecos vibrantes y armoniosos despertaban un instante la campiña dormida y se perdían después como blando suspiro en los senos oscuros de los castañares y en las quebraduras de las rocas. Iba, pues, el joven cortesano emboscado en sus meditaciones, cuando delante de él, de uno de los lados del camino, se alzó una sombra que al instante tomó la forma humana.

Ello es que los casacones acudían a todas partes y no perdían movimiento alguno. Entrada la noche, y hallándome transido de frío, abandoné la cubierta, donde apenas podía tenerme, y corría además el peligro de ser arrebatado por un golpe de mar, y me retiré a la cámara. Mi primera intención fue dormir un poco; pero ¿quién dormía en aquella noche?

Estos gritos aislados de reprobación se perdían, sin embargo, ahogados por los aplausos del público. La admiración, que inspiraba Lope, subía de punto en punto hasta la idolatría . La idea de su superioridad se había arraigado de tal manera en los ánimos, que su nombre servía para distinguir lo más selecto en todas las cosas.