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Sólo quedaban cuatro horas para la salida del buque; y Ulises, después de recoger sus maletas y enviarlas á bordo, dió un último paseo por todos los lugares donde había vivido con Freya. ¡Adiós, jardines de la Villa Nazionale y blanco Acuario!... ¡Adiós, albergo!... La inexplicable presencia de su hijo en Nápoles había amortiguado el disgusto por la fuga de la alemana.

No era aquella casita la casita alegre y risueña que me vió nacer, que albergó mi niñez y que me vió salir de allí bañado en lágrimas. ¡La casa de mis padres era ajena! ¿Quiénes la habitaban? Acaso quien no era capaz de amarla y de estimar sus bellezas.

Movióse durante la noche del 23 de Mayo, y al siguiente dia, con sorpresa de sus burlados contrarios, apareció sobre la montaña, de donde aquellos intentaron desalojarle; pero derrotados completamente y careciendo de seguro refugio, rindieron, mediante capitulacion, la ciudad de Quito el 25 de Mayo, dia en que 280 años antes albergó la misma por primera vez las armas españolas.

En el momento en que la algazara y contento alcanzaban su grado máximo, llamó aparte a don Rosendo y con lágrimas en los ojos, le manifestó que la vida fuera de su patria adorada era para él un fardo insoportable. La muerte, antes que perder de vista la humilde casa que albergó su cuna, y las calles que tantas veces recorrieron sus pies infantiles.

A la mañana siguiente abandonaría el hotel, con todo su equipaje, y antes de la puesta del sol estaría navegando en plena mar. Comió fuera del albergo. El recuerdo de Freya, fresco y vivo, se elevaba entre él y las bocas pintadas cada vez que éstas le sonreían queriendo atraerle.

Aunque no necesitaba más que su antigua casa, porque estaba acostumbrado a una vida sencilla, Elena le excitó a construir el magnífico hotel que se ha visto. Con tristeza dejó el pequeño pero dulce hogar que albergó su niñez, para habitar la nueva y suntuosa morada.

Lo que vos, respondió Zadig; adoro esas luces, y no hago caso de su amo y mio. Setoc entendió lo profundo del apólogo, albergó en su alma la sabiduria de su esclavo, dexó de tributar homenage á las criaturas, y adoró el Ser eterno que las ha formado.

Partieron, pues, Juan de Robledillo y Andrés de Plasencia á Medina del Campo, punto en que residía el Arzobispo, el cual, leído que hubo, con tanta indignación como asombro, la carta de D. Fernando, ampliada con el relato de los dos humildes ermitaños, albergó cariñosamente á éstos en su propia posada, y cuando los vió repuestos de tan continuos viajes y sinsabores, dióles dos cartas, una de ellas para el rebelado Obispo, en que, bajo santa obediencia y pena de excomunión, le ordenaba cumplir lo mandado por Su Santidad, y otra para Garci-Álvarez de Toledo, señor de Oropesa, rogándole se encargase de la ejecución de lo preceptuado por el Papa, á cuyo fin le autorizaba para que obligase al obispo Arias á devolver sus bienes á los Hermanos de la pobre vida.

Se detuvo en la calle para lanzar una última mirada al hotel. «¡Adiós, maldito albergo!... Nunca volvería á verle. ¡Ojalá se quemase con todos sus habitantesAl pisar la cubierta del Mare nostrum, su forzada satisfacción fué en aumento. Sólo aquí podía vivir, lejos de las complicaciones y mentiras de la vida terrestre.

Ferragut volvería á tierra, aposentándose en el mismo albergo. Continuarían su vida de antes, como si nada hubiese ocurrido. Esta tarde me esperarás en los jardines de la Villa Nazionale... , allí donde quisiste matarme, ¡bandido!...