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Esta prodigiosa facultad inutilizaba en parte los colores de que se visten las especies tímidas para fundirse con la luz ó la sombra. Los grandes carniceros veían mal, pero rascaban el fondo con un tacto adivinatorio y husmeaban á prodigiosas distancias. Sólo peces mediterráneos, especialmente los del golfo de Nápoles, vivían en los estanques de Acuario.

Nos vimos en el Acuario, y yo fuí la que te besé, al mismo tiempo que deseaba el exterminio de los hombres... ¡de todos los hombres, menos ! Hizo una breve pausa, elevando sus ojos hacia él para apreciar el efecto de sus palabras. Acuérdate de nuestro almuerzo en el restorán del Vomero; acuérdate de cómo te rogué que te marchases, abandonándome á mi destino.

Miró hacia el palacio del acuario, que asomaba su blancura entre la columnata de los árboles. Quisiera ser continuó, pensativa uno de esos animales de mar que cortan con las tenazas de sus patas... que tienen en los brazos tijeras, sierras, pinzas... que devoran á sus semejantes y absorben todo lo que les rodea.

Estos pulpos del Acuario no eran mas que habitantes ribereños de las costas mediterráneas, parientes pobres de los calamares gigantescos que alumbran con su fuego azul de planetas devoradores la lúgubre negrura de la noche oceánica. Pero á pesar de su relativa pequeñez, estaban animados por la maldad destructura de los otros.

Piense en su mujer y en su hijo; siga su vida. No soy la conquista que se guarda unas semanas nada más. A nadie me toca impunemente. Tengo ventosas, como los animales que vimos el otro día; quemo como las sombrillas transparentes del Acuario... ¡Huya, Ferragut!... Déjeme sola... ¡sola!

Freya hacía un esfuerzo para recordar. «¡Ah!...¡!» Y después da emitir por toda respuesta esta exclamación distraída, continuaba averiguando con avidez la vida anterior de su enamorado. Ulises, en algunos momentos, llegó á sospechar si lo del abrazo en el Acuario habría ocurrido en sueños. Una mañana consiguió el capitán ver realizado uno de sus deseos.

Llevaban caminando cerca de una hora y se imaginaban que sólo habían transcurrido unos minutos. Al llegar á los jardines de la Villa Nazionale, cerca del Acuario, se detuvieron un instante. Había más luz y menos gente que en el camino de Possilipo. Huyeron de los faros eléctricos de la vía Caracciolo, que reflejaban en el mar sus lunas de nácar.

De este modo veía á los pulpos del Acuario con dimensiones gigantescas, tal como deben ser los calamares monstruosos que viven en fondos de miles de metros, iluminando la lobreguez de las aguas con la estrella verdosa de sus núcleos fosforescentes. Desde tiempos remotos, los hombres de mar habían conocido á la gran bestia blanda de los abismos.

Al convencerse de que esperaba en vano, una última ilusión le hacía volver los ojos hacia el blanco palacio del Acuario. Freya le había hablado de él. Con frecuencia se entretenía horas enteras contemplando la vida de los seres marinos.

Entre sus escaparates acuáticos prefería el marcado con el número 15, dominio exclusivo de los pulpos. Un vago presentimiento le avisaba que en dicho lugar iba á desarrollarse algo importante para su vida. Siempre que Freya visitaba el Acuario, era con el deseo de ver comer á estas bestias repulsivas y ávidas. No había mas que permanecer ante su caverna de horrores.