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El niño oteaba los corrales y los patios, el interior de los conventos, el caparacho de las iglesias. A corta distancia, en el sitio más eminente, la catedral levantaba su torreón de fortaleza, almenado y pardusco. Desde la otra ventana se disfrutaba de una vista grandiosa: el Valle-Amblés, toda la nava, toda la dehesa, el río, las montañas. Fuera de los sotos ribereños, la vegetación era escasa.

Al efecto, le invitó á dar un paseo en uno de los vaporcitos de recreo que prestan servicio público entre esta capital y los pueblos ribereños del Guadalquivir y le enseñó la hermosa plantación de moreras que con gran sentido práctico ha hecho en sus márgenes la Junta de Obras de este Puerto, encontrando en ésta la solución de su problema, el alimento predilecto del gusano de seda.

El verdadero peligro para el porvenir, es el que el agua, considerada con justicia por los campesinos como el más preciado de sus tesoros, sea utilizada hasta la última gota por los primeros en disfrutarla. En vez de amenazar los campos con sus crecidas, el arroyo, sangrado por innumerables arterias, puede quedarse seco, dejando en la pobreza á los ribereños de su curso interior.

Estos pulpos del Acuario no eran mas que habitantes ribereños de las costas mediterráneas, parientes pobres de los calamares gigantescos que alumbran con su fuego azul de planetas devoradores la lúgubre negrura de la noche oceánica. Pero á pesar de su relativa pequeñez, estaban animados por la maldad destructura de los otros.

Algunos de los ribereños de la isla comercian con los europeos, vendiéndoles el trépang, que abunda en aquellas playas, las finas especierías, las maravillosas aves del paraíso, tan estimadas por sus plumas, o la plata y el oro que extraen en gran cantidad de sus montañas; pero en el interior habitan las naciones de los alfuras, los arfakis y otras montaraces y belicosas, que son feroces caníbales, y en las playas abundan los piratas, dedicados principalmente a la trata de esclavos, y a los cuales temen muchísimo los habitantes de las regiones marítimas.

Era un mozo que andaría con los treinta años, no muy corpulento, pero de recia complexión; de pelo y barba cortos, negros y fuertes; de mirada firme, pero sin dureza; agradable de cara y de voz; muy sobrio de palabras; limpio, holgado y modesto de traje, y natural de un pueblo de los ribereños del Nansa. Esto fue todo lo que de él supe en aquella ocasión.

que munta contestaban los ribereños. El agua subía con lentitud, amenazando a la ciudad que audazmente había echado raíces en medio de su curso. Pero a pesar del peligro, los vecinos no iban más allá de una alarmada curiosidad. Nadie sentía miedo ni abandonaba su casa para pasar los puentes, buscando un refugio en tierra firme. ¿Para qué? Aquella inundación sería como todas.

Este ogro atravesaba todas las noches el río a nado, apoderábase de una res cualquiera, y se la devoraba viva, ¡se la tragaba íntegra!... Y lo peor del caso era que, cuando no encontraba reses sino «cristianos», tragábase lo mismo a los «cristianos». De otro modo no podría explicarse la súbita desaparición de dos o tres peones que vigilaran nocturnamente en los campos ribereños la hacienda, por orden de sus dueños.

El Hombre-Montaña pudo vagar á lo largo de la costa sin tropezarse con ningún habitante, porque todos los ribereños se habían metido tierra adentro por orden superior. Al verle tendido en el suelo, empezó el asedio de su persona.

Los pájaros ribereños y acuáticos, qué se ven diseminados á lo largo de los rios todo el tiempo que dura la estacion de seca, se reunen en los periodos lluviosos, los primeros, sobre los terrenos no inundados, los otros, sobre el lago que forma la llanura. Millares de estos seres aligeros pueblan el territorio de Moxos.