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Durante el invierno y parte de la primavera, el viento deposita en las alturas en forma de nieve el agua que ha de brotar del suelo como fuente permanente. Las nubes grises que se pegan al suelo de la cumbre, no se evaporan sin dejar huellas de su paso; en el punto donde antes se veía la verde dehesa se extiende ahora un vasto lienzo de blanca nieve.

Una tarde, al principio de la primavera, volvían los dos de una tienta de becerros en una dehesa del marqués. Este, con un grupo de jinetes, marchaba por la carretera. Doña Sol, seguida del espada, metió su caballo por las praderas, gozándose en la blanda impresión que comunicaba el almohadillado de la hierba a las patas de las cabalgaduras.

Ora andando, ora parándose a reposar, se le pasó todo el día y llegó su segunda noche de vagabundo. No sabía dónde se hallaba; pero creyó que se despertaba en él una vaga reminiscencia de aquellos sitios. Era una dilatada dehesa o coto, donde había de haber abundancia de conejos y liebres. El terreno era quebrado y cubierto de matas o monte bajo.

Las damas saltaban ligeramente de los coches, atravesaban el gran portal, subían la escalera alfombrada y perdíanse, con aire de conspiradoras, en aquel ancho salón del teatro, famoso en otro tiempo por haber representado en él don Ventura de la Vega El hombre de mundo y dirigido Bretón de los Herreros en persona los ensayos de El pelo de la dehesa.

¿Aún te ríes, hijo de perra? ¡Mardito seas, guasón! ¡Mardita la vaca que te parió y el ladrón de tu amo que te dio hierba en la dehesa! ¡Ojalá esté en presidio!... ¿Aún te ríes? ¿aún me haces muecas? A impulsos de su rabia, tendió el busto sobre la mesa, avanzando los brazos y abriendo los cajones. Después se irguió, levantando una mano hacia el cornudo testuz.

Por la escalera de enfrente subía en aquel momento el tío Frasquito dando el brazo a su sobrina espuria, la reina destronada de Matapuerca, que se detenía en cada peldaño para ponderarle lo terrible de su susto, lo soberbio de su dehesa, el dolor de su oreja, lo pavoroso de aquellas descargas atronadoras... ¡Prurrruumm!

¡Pero si se llama Matapuerca!... Es una dehesa magnífica en la provincia de Extremadura, de más de tres mil aranzadas, con veintisiete caseríos... En fin, un pequeño reino... Era de los frailes Agustinos, y mi marido lo compró cuando lo de Mendizábal... Currita hizo un gesto de resignación pacientísima, y preguntó: ¿Y qué ha sucedido en el pequeño reino de Mata... esos animalitos?...

«Aquí te lo trais el guajolotito de la ofrenda para el siñor licenciado».... Alguien me dijo después que aquellos hijos de Motecuhzoma eran ediles de un pueblo cercano, clientes de don Juan en un lite de quince años, para recuperar una dehesa y una faja de monte. Grato pasatiempo diario fué para la tertulia que se reunía todas las tardes, dadas las cinco, en el despacho del jurisconsulto.

Zarandilla descolgaba la escopeta del arzón, arma que más de una vez tenía que echarse a la cara el aperador para imponer respeto a los arrieros que bajaban carbón de la sierra y al detenerse al borde del camino, soltaban a pacer sus bestias en los manchones, tierras sin cultivar reservadas para el ganado del cortijo cuando no estaba en la dehesa.

El señor Luna, que por ser simple jardinero no podía imitar al cardenal, siguió viviendo; pero todos los días tomaba un disgusto al saber que, por cantidades irrisorias, algunos moderados de los que no faltaban a la misa mayor iban adquiriendo hoy una casa, mañana un cigarral, al otro una dehesa, fincas todas pertenecientes a la Primada que habían pasado a figurar en los llamados bienes nacionales. ¡Ladrones!