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La Etiopía alta era y es a modo de inmensa fortaleza natural, de nava dilatadísima, que se levanta, sostenida por abruptos cerros, muy sobre el nivel de las otras circunstantes tierras africanas.

Había en la nava mucho heno, grama abundante y a trechos intrincados matorrales, en que tropezaba, o alta hierba que subía hasta sus muslos, porque no había senda o porque la había perdido.

Estuvo en el Retamal y en el Llanete, que está junto, donde le descalabraron dos veces; fué á la fuente de Genazahar y al Pilar de Abajo; subió al Laderón y á la Nava, y extendió sus excursiones hasta el cerro de Jilena y el monte de Horquera, poblado entonces de corpulentas y seculares encinas.

La pública era bien conocida de todos. Don Jaime de la Nava y Sandoval se había casado muy joven con una egregia dama ligada por vínculos estrechos de parentesco con la soberana. No había sido feliz en su matrimonio. Surgieron desavenencias. Hubo algún escándalo, y concluyeron por separarse.

Cuando el capitán hubo comido según sus deseos, que ya los tenía vivos, su primo le ayudó á beber la botella de vino blanco de la Nava, no sin antes dejar caer algunas gotas al suelo en honor de los dioses. Era su costumbre siempre que libaba.

Era el acopio cuotidiano de la Vega y de las dehesas de los contornos, acudiendo a la ciudad por aquel puente vertiginoso que el sol matinal sobredoraba. Era toda la serna, toda la nava, toda la sizla con sus olores rústicos, sus balidos, su campanilleo, sus cantares. A veces, por unos pocos ochavos, el joven avilés tomaba de los cestos algunas uvas de Mozamboroz o Ajofrín, enfriadas por el rocío.

De la famosa Nava de Cabra dice el moro Rasis estas palabras en su historia: «Tiene Cabra en su término un monte que llaman Selva, y es tan alto que contiende con las nubes. En aquel monte hay muchas flores y de muy buenos olores, y además yerbas de todas virtudes

D. Francisco José Rodriguez Chico, natural de la Nava del Rey, villa del Reino de Castilla la vieja: estudió en Salamanca, fue Canónigo en Leon, haciéndose notable ya por su asistencia diaria a los enfermos pobres, entre quienes repartía todo lo que tenía: el Rey Fernando VI le nombró Obispo de Teruel, de cuya silla tomó posesión en 27 de Noviembre de 1757, y al cabo de los cuatro meses de su llegada, comenzó su visita con el fin de mejorar el estado de sus Iglesias: la dotación de los curatos, la unión de beneficios incongruos, los planes de dotación de las raciones de los templos de la ciudad y la buena administración de sus rentas, sus desvelos por el buen gobierno del Hospital general, la economía de su vida para dar de comer a un crecido número de pobres en unos años estériles, su celo en procurar la instrucción de los eclesiásticos y del pueblo de todo su Obispado; son un testimonio de su pastoral solicitud.

Y en 1575 existían en sus dominios las aldeas de Laserna, con 15 o 16 casas; la Nava, con 15; el Cellizo, con 10; Pozo de la Cabra, con 15; La Moraleja, con 12; Santa María de las Flores, con 12; Chozas del Aguila, con 8...

Nuestro peregrino advirtió con pena que estaba hecho una sopa, y temió que la muerte, que anhelaba y repugnaba al mismo tiempo, pudiera sobrevenir por la humedad esgrimiendo, en lugar de guadaña, reumas y pulmonías. A la luz de los relámpagos descubrió que había llegado a una extensa nava, entre las cumbres de dos cercanos cerros.