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Abandonando bien pronto las costas, me encaminé á Tacna, y en seguida emprendí mi ascension á las cordilleras por el camino de Palca y de Tacora; mas, en vez de tropezar allí con esas empinadas y agudas crestas, que se ven figuradas en los mapas, me encontré sobre una dilatadísima planicie, colocada á la altura de cuatro mil quinientas varas sobre el nivel del mar, y en la que únicamente se apercibian de trecho en trecho algunas moles cónicas cubiertas de nubes.

No me paré a preguntarles la razón de su loca alegría, porque mi prisa arreciaba como un ciclón. Mi prisa por arrancarle los ojos a Tucker, ¡el miserable! era tal, que recorrí muchas veces aquella dilatadísima ciudad de punta a punta. ¡Por fin!... Por fin descubrí en la puerta de una casa de dos pisos una tablilla de cobre que decía: TUCKER Aquí vive me dije inmediatamente. Y traté de pararme.

Atravesando este encumbrado llano, vine á encontrarme luego en la cima de la cadena del Chulluncayani. Al contemplar desde allí la dilatadísima extension que se desplegaba ante mis ojos, y la tan grande variedad de objetos que las miradas alcanzaban á dominar á la vez, yo saboreaba un sentimiento de indefinible admiracion.

Pero los personajes novelescos, que han quedado vivos en esta dilatadísima jornada, los guardo, como legítima pertenencia mía, y los conservará para casta de tipos contemporáneos, como verá el lector que no me abandone al abandonar yo para siempre y con entera resolución el llamado género histórico. Santander. Noviembre-Diciembre de 1879.

La Etiopía alta era y es a modo de inmensa fortaleza natural, de nava dilatadísima, que se levanta, sostenida por abruptos cerros, muy sobre el nivel de las otras circunstantes tierras africanas.

Pasó después á estudiar la teología á Salamanca, y á este tiempo corrió la noticia por las provincias de España de haber llegado á Cádiz los PP. Cristóbal de Grijalva y Tomás Dombidas, procuradores del Paraguay, y poniéndose á considerar sobre la conversión de los idólatras y el extremo desamparo en que están innumerables pueblos del Occidente, dilatado campo en que ofrece copiosísima mies á muchos operarios Evangélicos, si hubiese muchos que despreciando las comodidades propias atendiesen á la eterna salvación de las almas; se le encendió el corazón en deseos de ser uno de los escogidos á quien tocase la suerte de ser señalado para la Misión de la dilatadísima provincia del Paraguay; por tanto puso luego todo empeño en alcanzar licencia de sus Superiores, los cuales sintieron mucho su petición, porque por una parte no querían privarse de él, y por otra no querían oponerse á la voluntad de Dios, conocida claramente en su vocación, prevaleció finalmente la América, y la abandonada gentilidad del Paraguay: por lo cual, nuestro Zea, contento y alegrísimo se partió de su provincia de Castilla, á quien como hijo profesó siempre tiernísimo afecto; y sus condiscípulos le siguieron con el corazón, conservando su dulcísima memoria; singularmente se esmeró en esto su maestro en la filosofía el P. Baltasar Rubio, confesor que fué de la serenísima reina de España doña María Luisa de Saboya; éste le siguió con el afecto; con sus oraciones y con sus cartas pues cuando se ofrecía ocasión siempre le escribía, por tener del P. Zea subido concepto, como en ellas lo manifestaba.