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Los disparos de fusil no cesaban, pero arreciaba la lluvia de flechas. Veíaselas atravesar los aires y caer en los alrededores de la casa, y algunas de ellas en el techo. ¡Tío! exclamó a poco Hans con voz angustiosa . ¡No podemos resistir más! ¡El techo está ardiendo! ¡Maldición! gritó, rabioso, Van-Stael. ¡Vamos a morir asados! gritó Cornelio . ¡Huyamos, o la casa ardiendo se nos caerá encima!

La campana sonaba con más fuerza; los mendigos de la puerta del templo entristecían la voz cuanto les era posible; las amas de cría comenzaban a desfilar como burras de leche; las señoras entraban o salían de la iglesia, lanzándose miradas envidiosas; el calor arreciaba, y el paseo se iba quedando poco menos que desierto, oyéndose por la acera de piedra el firme taconear de las muchachas que pasaban, medio ocultas por las anchas sombrillas de colores chillones, mientras las madres llamaban a los niños, que corrían como perrillos jugando a las mulas o se detenían a mirar las estampas que veían al paso en mano de los vendedores de periódicos.

Metamos este mueble en la alcoba». Al punto se cortaron los cabos, y el mástil cayó al mar. Y viendo que arreciaba el fuego, gritó dirigiéndose a un pañolero que se había convertido en cabo de cañón: «Pero Abad, mándales el vino a esos casacones para que nos dejen en paz».

Las velas altas, que eran muy grandes, podían hacer que el junco se inclinara a estribor hasta hacerle embarcar agua si el viento arreciaba. Hubo, pues, que recogerlas. El Capitán y Hans se apresuraron a plegar la de trinquete, y Cornelio y el chino la del palo mayor. Esta maniobra se efectuó al punto, a pesar de las sacudidas que daba el junco y de la violencia del viento.

Era preciso seguir el camino largo, sin utilizar las veredas, y la marcha se hacía pesada. Al llegar a la cumbre y al entrar en el puerto de Ibantelly, les sorprendió a los viandantes una tempestad de viento y de nieve. Se encontraban en la misma frontera. La nieve arreciaba; no era fácil seguir adelante.

Acostumbrose el señor Joaquín a juzgar de los sucesos políticos conforme a la pautilla de su prohombre, a quien él llamaba, con toda confianza, por su nombre de pila. Que arreciaba lo de Cuba: ¡bah! dice don Fulano que es asunto de dos meses la pacificación completa.

Al ver Sola que pasaba un día y otro, que arreciaba la epidemia, que se cometían asesinatos horrorosos a ciencia y paciencia de las autoridades, pareciole que el Universo se descuajaba, que la máquina social y física del mundo se hacía pedazos, y que por jamás de los jamases se vería al lado de su legítimo dueño y consorte.

El tiroteo arreciaba. Los soldados, tendidos á la larga en el suelo, disparaban con sus magníficas armas sobre los lugares de donde se veía salir el humo, producido por los disparos de los alzados.

No me paré a preguntarles la razón de su loca alegría, porque mi prisa arreciaba como un ciclón. Mi prisa por arrancarle los ojos a Tucker, ¡el miserable! era tal, que recorrí muchas veces aquella dilatadísima ciudad de punta a punta. ¡Por fin!... Por fin descubrí en la puerta de una casa de dos pisos una tablilla de cobre que decía: TUCKER Aquí vive me dije inmediatamente. Y traté de pararme.

Fué, que el bravo Ismail, harto empeñado en la revuelta bárbara pelea, el caballo perdió: cercado vióse de cristianos sin fin, que á grande priesa su desclavado arnés crujir hacian de rudos golpes bajo lluvia densa. ¡Es el Rey de Granada! voceaban. ¡Á prision recibidle! ¡No! ¡que muera! y el tumulto arreciaba á cada instante bramando en torno de la régia presa.