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No creo que sea preciso, porque esta bien claro mi derecho. Vuestra serenísima majestad cogerá una herencia, porque sin herencia todo sería pulgas, ¿verdad, hermosa? Mi madre no vive. Mi abuela . ¡Ah!, ¿la abuelita de tu vuecencia vive? ¿Y quién es la señora pindonga? No se burle usted, tía.

Con un ¡ay!, arrancado, al parecer, de lo íntimo de su corazón, dio fin a su canto el Caballero del Bosque, y, de allí a un poco, con voz doliente y lastimada, dijo: ¡Oh la más hermosa y la más ingrata mujer del orbe! ¿Cómo que será posible, serenísima Casildea de Vandalia, que has de consentir que se consuma y acabe en continuas peregrinaciones y en ásperos y duros trabajos este tu cautivo caballero? ¿No basta ya que he hecho que te confiesen por la más hermosa del mundo todos los caballeros de Navarra, todos los leoneses, todos los tartesios, todos los castellanos, y, finalmente, todos los caballeros de la Mancha?

No es dijo el Cojuelo traje turquesco; que es la usanza húngara, como ha sido rey de Hungría: que es Ferdinando de Austria, cesáreo emperador de Alemania y rey de Romanos, y la emperatriz su esposa María, serenísima infanta de Castilla, que hasta los demonios volviéndose a don Cleofás celebramos sus grandezas.

10 Tetis y Peleo, fiesta que se hizo á las bodas de la serenísima señora Doña María Teresa de Austria, reina de Francia, de D. José de Bolea. 11 Nuestra Señora de la Luz, de D. Francisco Salgado. 12 Cómo se vengan los nobles, de D. Agustín Moreto. 1 El bruto de Babilonia, de D. Juan de Matos Fragoso, D. Agustín Moreto y D. Jerónimo de Cáncer. 2 La montañesa de Asturias, de Luis Vélez de Guevara.

A un lado multitud de figurillas y objetos de capricho le acompañaban. «¡Estoy en el escaparate!... ¡HorrorUn mozo le tomó cuidadosamente en la mano, y después de limpiarle el polvo volvió á ponerle en su sitio. Su Alteza Serenísima vió que en el pedestal donde estaba colocado, había una tarjeta con esta cifra: 240 reales. «Dios mío, es un tesoro lo que valgo. Esto al menos le consuela á uno

Pasó después á estudiar la teología á Salamanca, y á este tiempo corrió la noticia por las provincias de España de haber llegado á Cádiz los PP. Cristóbal de Grijalva y Tomás Dombidas, procuradores del Paraguay, y poniéndose á considerar sobre la conversión de los idólatras y el extremo desamparo en que están innumerables pueblos del Occidente, dilatado campo en que ofrece copiosísima mies á muchos operarios Evangélicos, si hubiese muchos que despreciando las comodidades propias atendiesen á la eterna salvación de las almas; se le encendió el corazón en deseos de ser uno de los escogidos á quien tocase la suerte de ser señalado para la Misión de la dilatadísima provincia del Paraguay; por tanto puso luego todo empeño en alcanzar licencia de sus Superiores, los cuales sintieron mucho su petición, porque por una parte no querían privarse de él, y por otra no querían oponerse á la voluntad de Dios, conocida claramente en su vocación, prevaleció finalmente la América, y la abandonada gentilidad del Paraguay: por lo cual, nuestro Zea, contento y alegrísimo se partió de su provincia de Castilla, á quien como hijo profesó siempre tiernísimo afecto; y sus condiscípulos le siguieron con el corazón, conservando su dulcísima memoria; singularmente se esmeró en esto su maestro en la filosofía el P. Baltasar Rubio, confesor que fué de la serenísima reina de España doña María Luisa de Saboya; éste le siguió con el afecto; con sus oraciones y con sus cartas pues cuando se ofrecía ocasión siempre le escribía, por tener del P. Zea subido concepto, como en ellas lo manifestaba.