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Sin detenerme un solo día, sin pararme en ninguna parte, me trasladé a París. Esta población era para muy familiar, tenía en ella multitud de amigos y toda clase de medios para pasar la vida al galope por medio de placeres. Pero era el caso que los placeres no existían para . O por mejor decir, yo no existía para los placeres. ¡Me hastiaba todo! La amistad me daba risa. El amor asco.

No me paré a preguntarles la razón de su loca alegría, porque mi prisa arreciaba como un ciclón. Mi prisa por arrancarle los ojos a Tucker, ¡el miserable! era tal, que recorrí muchas veces aquella dilatadísima ciudad de punta a punta. ¡Por fin!... Por fin descubrí en la puerta de una casa de dos pisos una tablilla de cobre que decía: TUCKER Aquí vive me dije inmediatamente. Y traté de pararme.

Ni quiero ni debo, replicó el vetusto y secular ermitaño; pero os diré lo que la carta contiene de interesante para vosotras, y os lo diré en brevísimas palabras, sin pararme en dibujos, porque los momentos de mi vida están contados y mi muerte se acerca.

No refiero aquí, porque estoy de prisa, y no debo ni puedo pararme en dibujos, los primores estupendos, las alhajas rarísimas, los lindos objetos de arte y los cómodos asientos y divanes que había en varias salas por donde iban pasando la dueña y nuestro héroe, que atortolado la seguía.

Como no era noche de tertulia, había en ella muy poca gente; y yo, sin pararme a considerar si faltaba o no a «las conveniencias», y atenta sólo a lo que me interesaba, le conduje al gabinete mismo en que el banquero «se me había declarado»; elegí un sitio en él donde pudiéramos hablar sin servir de espectáculo a la gente del saloncillo; senteme allí, y roguele a él, con una mirada y un golpecito con la mano en el sillón inmediato, que se sentara también.

Después de desandar lentamente en diez o doce horas las leguas que rodara sin poder pararme, me volví a encontrar ante la casa de Tucker. Justo en la puerta me detuve esta vez. ¡Para ello había vuelto paso a paso!... En el tiempo de mi vuelta, la casa había cambiado bastante. Ahora parecía una ruina y una cueva. Pero no había cómo equivocarse por la chapa de cobre, que siempre decía: TUCKER

Sólo tengo presente lo que pasé después, estando los dos sentados, frente a frente, aunque con cerca de dos varas de alfombra de por medio; y lo que pasó dio principio en la siguiente forma, palabra más o menos: » Anteanoche le dije, sin pararme a disimular la repugnancia con que abordaba aquel asunto me insinuó usted ciertos propósitos...