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Experimentaba la misma alegría, que debe sentir un prisionero a quien se saca del calabozo y se transporta entre árboles, flores y sol; o más bien el júbilo de un músico que oye ejecutar por primera vez y de un modo ideal la obra de su corazón y de su mente. El mundo que me era desconocido, y que con tanta inconsciencia anhelaba conocer, se me revelaba de pronto.

En un mundo como éste de ilusión y fantasmagoría, donde no se goza sino en cuanto se espera, es indudable que el hacer esperar es hacer gozar. Las cosas una vez tocadas y poseídas pierden su mérito; desvanécese el prestigio, rómpese el velo con que nuestra imaginación las embellecía, y exclama el hombre desengañado: ¿Es esto lo que anhelaba?

Y esta mujer, o si se quiere este hermosísimo aunque terrible fantasma de mi mente, se interponía entre ella y lo infinito en que su raíz estriba, y no me dejaba llegar hasta él, reteniéndome cautivo y arrancando a mi espíritu las alas con que anhelaba volar tan alto y el ímpetu vigoroso con que pensaba sumirse en el abismo del ser y hacerse superior a todo lo creado y contingente al penetrar en dicho abismo.

Y por la mañana, cuando antes del almuerzo, estando yo sobre cubierta, le veía venir hacia , se me ocurría, ya que era el joven Teseo que acudía a pedirme el hilo, ya que era el joven Anacarsis que requería la antorcha para penetrar en las profundidades y descubrir los misterios. La verdad sea dicha: mi alma anhelaba entonces prestarle la antorcha y darle el hilo.

Pensé o imaginé, no obstante, multitud de cosas que vinieron a complicar aquel sentir sencillo y alegre. Anhelaba yo y buscaba desde hacía tiempo formar o estrechar vínculos de amistad con alguien que me comprendiese y en quien yo pudiese poner toda mi confianza y desahogar mi pecho.

El moribundo, con los ojos cerrados, parecía prepararse a conciliar el sueño dulce que anhelaba. La estancia se oscurecía por momentos fuertemente y en otros se esclarecía, revelando la espesura de las nubes que interceptaban la luz del sol.

Era, , ambiciosa y amiga del lujo y de las galas; y si bien no la atormentaban la envidia ni el despecho al ver a otras mujeres, menos bonitas y menos distinguidas por naturaleza, lucir joyas, sedas y encajes, ir en coche y circundarse de la resplandeciente aureola que ofrece el lujo a la hermosura, anhelaba gozar de todo esto, y no acertaba a ocultarlo a su marido.

Los antecedentes del Conde y su carácter y posición militaban en contra de lo que deseaba; no se avenían con el papel que anhelaba representar. El Conde de Alhedín tenía fama de conquistador punto menos que irresistible. Y por otra parte, nadie dejaba de notar que los adoradores perpetuos, los amantes de eterno suspiro han sido siempre de abajo arriba, y no al revés.

El Conde, sin embargo, se empeñaba en que esto se había de creer, o más bien algo más extraordinario aún. Ni el suspiro en balde quería él que se creyese. El Conde no suspiraba, porque no se suspira por lo inasequible; no anhelaba, porque no se anhela lo que no se puede alcanzar, y no deseaba, porque el deseo presupone esperanza, por remota y leve que sea.

Tenía además un estilo de preguntar, afirmando ya lo mismo de que anhelaba cerciorarse, que hacía ineficaz la doctrina del P. Jacinto de callar la verdad sin decir la mentira. Ó había que mentir ó había que declarar: no quedaba término medio. Tío dijo Lucía apenas le vió á solas, V. ha estado en Villabermeja. ... he estado.