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Estaban menos poseídas de su personalidad y sabían anularse a tiempo... Aquello era la esclavitud, abuela. No, querida dijo la abuela con voz persuasiva; aquello era el amor. ¡El amor! respondí. ¿Qué es eso?... En las novelas veo lo que es; pero en la vida real... Es inútil decírtelo si no has de sentirlo; y si lo sientes, es aún más inútil definírtelo.

El Coronel y Teniente Coronel del regimiento de las milicias de caballeria de Lampa hicieron tambien presente en aquella ocasion, que sus milicianos eran igualmente sospechosos, por el efecto que habia causado en sus corazones el artificioso atractivo de las promesas del usurpador; y atendidas todas estas circunstancias, se tomó el partido de retirarse al pueblo de Cavanillas lo que tampoco se practicó, á causa que las referidas milicias no quisieron reunirse, ya fuese por los motivos espresados, ó porque, poseidas del temor, repugnaron obedecer aquella disposicion, y solo la pusieron en práctica las de Paucarcolla y Chucuito, dirigidas por sus corregidores, Orellana y Moya, que llegaron con los de Lampa, Azangaro y Carabaya al pueblo indicado, desde donde salieron los tres últimos para la ciudad de Arequipa, en solicitud del auxilio que de antemano habia pedido Ore, y los dos primeros volvieron á ocupar sus respectivas provincias, con las tropas milicianas de ellas, donde permanecieron algun tiempo con la resolucion de defenderse: pero sabiendo que Tupac-Amaru se hallaba en la capital de Lampa, receloso el de Chucuito de los movimientos de sus provincianos, que estaban ya muy inquietos, se retiró á Arequipa, y aun Orellana.

A los seis meses ambos maridos eran destinados al ejército del Norte y salían de Madrid dejando a sus mujeres poseídas de la más amarga tristeza, y embarazadas del mismo tiempo. Hacia los primeros días de 1874, la desgracia cayó sobre ellas en forma irremediable y terrible. Un extraordinario de un periódico les dio repentina y brutalmente la noticia.

Estos cuartos, de paredes encaladas, con las vigas del techo al descubierto y el piso con grandes tablas obscuras, ya combadas por el tiempo, estaban vacíos. Mi abuela y mi tía Úrsula se hallaban poseídas por la manía de poner el suelo brillante, y las dos, y una muchacha, solían estar encerándolo y frotándolo hasta dejarlo como un espejo.

Algunas se abofetearon y arañaron mientras sus diestras oprimían el mismo billete de mil francos, desgarrándole. Volteaban los sombreros por el suelo; las cabelleras se esparcían en toda su integridad ó se desmenuzaban en una nube de bucles postizos. ¡A , príncipe... á !... Con las manos ganchudas saltaban en torno de él lo mismo que un corro de poseídas. ¿Quién quiere dinero?...

Si no acceden á ello los Portugueses, lo advertiré á dicho Aguirre, para que no emprenda su demarcacion sin que primero evacuen, ó por lo menos prometan evacuar dichas poblaciones en el tèrmino de seis meses, poco mas ó menos: pues será quimérico enviar la 4.ª partida á demarcar el rio Paraguay, segun el articulo 9 del tratado, dejando ambas costas pobladas y poseidas por Portugueses, y nuestra navegacion impedida.

En un mundo como éste de ilusión y fantasmagoría, donde no se goza sino en cuanto se espera, es indudable que el hacer esperar es hacer gozar. Las cosas una vez tocadas y poseídas pierden su mérito; desvanécese el prestigio, rómpese el velo con que nuestra imaginación las embellecía, y exclama el hombre desengañado: ¿Es esto lo que anhelaba?

Las montañas severas, poseídas de súbito enternecimiento, hicieron resonar la voz del soldado, conduciéndola muy lejos al través de sus gargantas y quebraduras. Entabláronse animadas conversaciones en la tropa que se suspendían cada vez que el soldado andaluz lanzaba al aire una copla. Los presos continuaban en su obstinado silencio.

Antes, al pensar en beldades deseadas y no poseídas, siempre le dominó el encanto de la forma: ahora sus sentidos parecían aletargados, y en cambio el ansia de perfecciones morales surgía potente y avasalladora.

En la mesa, mientras comía poco y sin gana, guardaba silencio, y a veces Julián, que no apartaba los ojos de la señorita, la veía mover los labios, cosa frecuente en las personas poseídas de una idea fija, que hablan para , sin emitir la voz. Don Pedro, como nunca huraño, no se tomaba el trabajo de intentar un asomo de conversación.