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Deslizábanse rápidas todas ellas, entre saludos y sonrisas, para sumirse, más allá de las mamparas de cristales, en un mar de luz en el que nadaban los colores de inquietas banderas.

Lo que Chisco había hecho poco antes en el entrellano de la sierra, repitió en su loma: cuando agotó el caudal de sus informes, tiró de las riendas de su rocín y comenzó a sumirse con él en las honduras de aquel pozo.

El no percibía delante de más que un gran agujero negro donde iba a sumirse. Los altos álamos que orlaban la carretera, pasaban raudos a su lado como negros fantasmas. ¡Up, up, up! El noble bruto volaba como si le clavase el acicate. Así corrió por espacio de media hora. Es imposible se dijo. Su caballo es aún mejor que el mío, y me llevaba una delantera de dos tiros de fusil lo menos.

Febrer acabó por sumirse en la lobreguez del sueño, rodando a través de las sinuosidades de su pensamiento, cada vez más confuso. En la mañana siguiente, mientras se vestía, decidióse a realizar cierta visita, con gran esfuerzo de su voluntad. Aquel casamiento era algo audaz y peligroso que exigía larga reflexión, como le había dicho su amigo el contrabandista.

Empezaba por esta época ya Doña Juana á sumirse en la desesperacion; porque desde que la fortuna parecia inclinar todo el favor al recien nacido, empezaba á desvanecerse como por ensalmo la felicidad de la madre del emperador Cárlos V.

Luego levantó los hombros desdeñosamente y volvió á sumirse en su inmovilidad. ¡Aquel aventurerillo más que él, porque le habían agujereado el pellejo en los combates!... No nos entenderíamos aunque hablásemos toda la tarde continuó Castro . Yo he cambiado mucho, y continúas siendo el de siempre. Creo que ayer encontré mi «camino de Damasco». Me siento otro hombre.

Los objetos ofrecíanse indecisos y temblorosos, como si hubieran perdido sus contornos, y la luz se filtraba con trabajo por aquel cielo de algodón para sumirse luego en la tierra negra y húmeda. Respirábase en este ambiente espeso, que no hería apenas ruido alguno, cierta calma: pero una calma que oprimía en vez de refrescar el corazón. Volví los ojos hacia la ciudad.

Cuando abrían la portezuela de un horno para echar en él paletadas de carbón, su resplandor lo iluminaba todo con reflejos de incendio, y los hombres blancos de ojos azules aparecían grotescos y terribles bajo el hollín que tiznaba sus caras y sus miembros. Al cerrar la portezuela volvía el departamento a sumirse en una penumbra saturada de polvo de carbón.

Ignoraba si su fin había sido instantáneo, fulminante, saliendo del mundo con una sonrisa de inconsciencia, ó si había pasado largas horas de suplicio abandonado en el campo, retorciéndose como un reptil, rodando por los círculos de un dolor infernal antes de sumirse en la nada.

Madariaga le interrumpió, fatigado de tanta grandeza. «Mentiras... macanas... aire.» ¡Hablarle á él de noblezas de gringos!... Había salido muy joven de Europa para sumirse en las revueltas democracias de América, y aunque la nobleza le parecía algo anacrónico é incomprensible, se imaginaba que la única auténtica y respetable era la de su país.