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Asomóse entonces por la portezuela un sombrero de tres picos con plumas blancas erizadas, y luego un zapato de charol con hebilla de oro, y una pantorrilla bien rellena, calzada con media de seda blanca.

Los tres amigos se dirigieron al break que tenía en el pescante una gran canasta con las provisiones para el almuerzo, y subieron en él después de despedirse amablemente de cuantos encontraron al paso y de recomendar a Garona que hiciera llegar en seguida la canastita a don Casiano. ¿Y usted, don Baldomero, no sube? preguntó Lorenzo viendo que se disponía a cerrar la portezuela del break.

Y la portezuela de la diligencia cerrose sobre el Idilio de Red-Gulch. Estaba el tiempo muy metido en aguas en el valle del Sacramento. El North Fork se había salido de madre y la Rattlesnake Creek estaba impracticable.

Así acontece con las lágrimas que vertemos por las primeras penillas de la vida: llanto sin amargura, rocío leve, que antes refresca que abrasa. Comenzaban a entretenerla las estaciones y la gente que se asomaba curiosa a la portezuela, escudriñando el interior del departamento.

¿Y á dónde hemos llegado? No quiero ocultároslo. A mi casa de campo del río. Creo que esta casa es del conde mi señor, y que la pintó y la amuebló para vuestras bodas. Así es. ¿Y aquí queréis tenerme? ¿Y por qué no? Ocurrencia del diablo es. Dejadme bajar, que abren la portezuela. ¿En galán os tornáis, y en dama me convertís? dijo Quevedo. por cierto; dadme la mano para bajar.

A las nueve en punto de la noche, en la calle de Fuencarral, esquina a la de las Infantas, Miguel esperaba a la generala, que debía cruzar en un coche de alquiler. Así lo habían convenido. El coche se detuvo. ¡Con qué emoción placentera abrió nuestro joven la portezuela de la berlina y se sentó al lado de Lucía! El cochero esperaba órdenes.

Así es que, cuando colocó su estrecha bota en la rueda para apearse, ni siquiera echó una mirada hacia la portezuela donde revoloteaba un velo verde; sino que haraganeó de arriba abajo con aquella indiferencia negligente y de buen tono, que es acaso la característica de los de su clase.

Y la misma pregunta: «¿Qué llevas ahí?» Y al saber que era yo español, sonrisas en la portezuela lo mismo que si me conociesen toda la vida. «Baje, jovencito, baje y descanse, que está entre amigos. Tómese una copa de caña...» Desde entonces no tuve duda: sabía lo que me tocaba ser en aquella tierra: blanco, siempre blanco.

Saliendo de adentro del dicho valle, por la orilla del rio grande, como cosa de 6 leguas abajo, se halla el paso, ó portezuela por donde llegan los españoles que habitan de la otra parte del rio, con sus embarcaciones pequeñas, que no tienen otras; y como cosa de tres leguas mas abajo, se halla el paso por donde vadean los de á caballo, por el tiempo de cuaresma, como tengo referido, por estar lo mas del año muy crecido el dicho rio.

Como no se movió de mi puesto, le hice notar que allí quedaria con mas incomodidad, pero se apresuró á responderme: Oh, no; entre buenos compañeros se debe alternar. Por otra parte, U. como extraajero tendrá mas gusto en hallarse junto á la portezuela para observar mejor los campos. No me hice rogar, tanto mas cuanto que asi el buen tio podia viajar con mas tranquilidad.