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En mujer tan orgullosa como Elisa no cabía una insinuación directa con el Conde: no cabía que ella se le declarase. Decidióse, pues, a dar un paso, que no comprometía su buena fama, que la dejaba ilesa, aunque pudiese mortificar su vanidad.

Como en el país, aunque no de tanta monta como en las provincias vascas, existían bastantes elementos al servicio de la causa católico-monárquica, que bien aprovechados podían dar por resultado, si no una guerra formal, al menos alguna agitación conveniente, la junta de Nieva, instigada por la de la capital, decidiose, después de mucha vacilación y no pocas discusiones, a levantar una partida dentro del territorio.

Los Genets era una antigua propiedad de aquella familia que había sido en parte destruída y en parte vendida, durante el período revolucionario, y sólo al cabo de cincuenta años decidióse el barón de Montauron, a instancias de su mujer, de quien aquél era el más seguro y el más humilde servidor, a rescatar en gran precio las tierras, restaurando al mismo tiempo el arruinado edificio, del cual no quedaba, otra cosa más que una hermosa y almenada torre sacrílegamente encuadrada entre dos construcciones modernas.

Nunca dejaba de protestar interiormente contra esta involuntaria inclinación, y de enfadarse consigo misma. Transcurridos algunos días después de la escena relatada decidióse a salir una tarde a pie. El no hacerlo le iba pareciendo cobardía, conceder demasiado honor a aquel chiquillo. Cuando pasó cerca de su casa levantó los ojos y le vió como siempre al mirador con un libro en la mano.

Llevaba aquel día envuelta la cabeza, por mayor gala, en un pañuelo floreado de seda y la montera encima; apretaba sus piernas membrudas de gigante fino calzón de Segovia; colgaban de la botonadura de su chaleco los cordones del justillo de Flora que había arrancado la noche anterior al infortunado Jacinto. Cuando se hartó de caracolear por los diversos grupos decidióse á entrar en la danza.

Jacobo, cansado al fin de dar vueltas, acabando de creer que el asunto todo de los masones era una farsa y la carta de Pérez Cueto un chasco de Carnaval que debía completarla, decidióse a llamar como última prueba a la puertecilla condenada, única que, fuera aparte de la del hotel, había en la calle; los golpes retumbaron en el silencio, y un eco muy extraño, que asustó a Currita, los reprodujo a lo lejos.

Tónica saldría de casa con su vieja amiga; y él, no sabiendo qué hacer, decidióse a ir en busca de su tío. A las once salió a la calle. La mamá y las hermanitas estaban dando la última mano al tocado de circunstancias: el crujiente vestido de seda, el velo de blonda, y al puño el rosario de oro y nácar.

Aunque Fabrice no abría jamás las que recibía su mujer, no era verosímil que el marqués escribiera a Beatriz sin tomar excepcionales precauciones, y fue así que al cabo de algunos días llamó la atención de Calvat el gran número de las que llegaban en esta forma: «Señora Jacques Fabrice; para entregar a la señora vizcondesa de Aymaret»; y estimularon tanto más sus sospechas, cuanto que la letra parecía evidentemente contrahecha: decidióse a abrir una, y encontróse con que, efectivamente, era toda del puño de Pierrepont: he aquí su contenido: «Querida Beatriz, , esta existencia de engaños y traiciones es indigna de nosotros y me complace que opines sobre este punto como yo... En tanto que esta situación se prolongue, nuestra dicha no será más que una vana ilusión, nuestro amor no será otra cosa que un continuo sufrimiento... ¿Y no hemos ya sufrido demasiado?... Cree firmemente que soy tan incapaz como de buscar frases hipócritas para engañar mi propia conciencia... Somos culpables, lo , pero, ¿qué crimen de amor pudo encontrar mayores excusas?... ¿Se cruzaron jamás entre dos corazones honrados y sinceros parecidas fatalidades?... , somos delincuentes, pero somos también al propio tiempo víctimas de la contraria suerte... Sería realmente vergonzoso y criminal perseverar en esta vía de abominable duplicidad... ¡Huyamos, pues!... ¡Te lo ruego, alma mía, dígnate consentir!... Confía en ... he tomado todas las medidas... Todo cuanto un hombre puede hacer, otro tanto haré yo para que tu destierro sea un destierro de encantos... ¡Te adoro!

Después de vivir en fonda un poco de tiempo, decidióse a poner casa. Tomó un criado, se hizo traer el almuerzo de un restaurante y comía cuándo en Lhardy, cuándo, en casa de alguno de sus muchos amigos. Su cuadra la tenía muy cerca, en la calle de las Urosas, y no estaba mal provista: dos jacas de silla, inglesa y cruzada, un tiro extranjero y otro español, berlina, charrette, milord, break.

Cuando la mañana avanzó, su soledad, en medio de las ansias que la devoraban, llegó a serle intolerable, y decidiose a llamar a su madre. Su ternura generosa había trepidado hasta entonces en hacerla participar de aquellas horas angustiosas. Pero sentía que perdía la cabeza. Informó, pues, a la señora de Latour-Mesnil de lo que pasaba, por medio de un billete que le envió con un expreso.