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Bastante castigado estoy por los celos, por unos terribles celos que me han estado mordiendo el corazón, y me lo muerden todavía. ¡Celos! ¿De quién? ¿Me lo preguntas ? De lord Gray. has perdido el juicio dijo con precipitación y atropellándose en sus labios frases rápidas y confusas . ¡

Hojas secas caían de cuando en cuando de las ramas al manantial; flotaban dando vueltas con lenta marcha, y, acercándose al cauce estrecho por donde el agua salía, se deslizaban rápidas, rectas, y desaparecían en la corriente, donde la superficie tersa se convertía en rizada plata.

Un paje le anunció que su señor se proponía visitar aquella noche al canciller de Chandos y deseaba que sus dos escuderos se alojasen en el hostal de la Media Luna, al fin de la calle de los Apóstoles. Al cual mesón se dirigieron Roger y Gualtero al anochecer, después de su larga comida y de oir los brindis y canciones con que pasaron rápidas las horas en compañía de los otros alegres escuderos.

Ahora bien: anhelo que esta crónica se refiera a una modalidad de nuestra vida social, tan original en sus costumbres y rápidas evoluciones.

Las ocupaciones de su vida vertiginosa, los continuos viajes, no le permitían con su mujer más que pasajeras y rápidas intimidades. Pero para él no existía otra mujer en el mundo, y era ciego y sordo ante muchas seducciones que le asediaban, atraídas por su opulencia.

Debe existir en el espíritu humano algo terrible, algo misterioso... ¡estas influencias rápidas...! ¡este unirse un alma á otra...! ¡oh! ¿quién sabe, quién sabe lo que somos? Quevedo pronunció estas palabras como hablando consigo mismo. ¿Queréis hacer lo que yo os diga? exclamó de repente Quevedo. ¿Y qué hemos de hacer?

Las campanas sonaban alegres en una atmósfera tibia y ligera; las golondrinas pasaban rápidas, en bandadas, arrojando sus agudos chillidos; el sol de junio derramaba sus rayos dorados á través de las ramas, y á lo largo del paseo de tilos que conduce desde la plaza de la iglesia hasta la quinta de la señorita Guichard, la boda caminaba lentamente sobre el césped.

Mientras hablaba con una volubilidad febril unas veces caminando, otras sentada, no dejaba de lanzar rápidas miradas alrededor de la chimenea. Ella sabía que el duelo debía efectuarse a las tres y media.

Yaguaí no estaba allí. Yaguaí avanzó por éste, no obstante; y un momento después lo mordian en una pata, mientras rápidas sombras corrían a todos lados. Yaguaí vió lo que era; e instantáneamente, en plena barbarie de bosque tropical y miseria, surgieron los ojos brillantes, el rabo alto y duro, y la actitud batalladora del admirable perro inglés.

Pero ¡ah! que no pueden tus olas seguir a mis ideas Rápidas como el viento que arrebata la hojarasca que se extiende a tus pies. Algunas veces, trepando por la escarpada pendiente Llego al punto donde tienes tu nacimiento Y te contemplo cual hija de las nubes, flotando entre vapores. Fuera imposible sin ti, la vida en estas soledades.