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Ya habían visto; ya podían afirmar que Monte-Carlo no guardaba secretos para ellos. Los empleados de levita negra abrieron una de las mamparas, saludando al príncipe como á un antiguo conocido. Era la primera vez que entraba en los salones de juego después de su vuelta.

Tras los limpios cristales de un escaparate, elegidas y adornadas; a la puerta de prisiones y asilos, entre paquetes de bizcochos y pequeños montones de manzanas; delante de los peristilos de los bailes y teatros los domingos. Y su exquisito aroma se confunde con el olor del gas, el chirrido de las mamparas, el polvo de las banquetas del paraíso.

Y estas gentes, que en sus lejanos países habían oído hablar muchas veces de Monte-Carlo, al verse en él por los azares de la guerra, se amontonaban junto á las mamparas con una curiosidad infantil, admirando instantáneamente, al abrirse y cerrarse aquéllas, la rápida visión de los salones dorados, puestos en fila y llenos de público. Después se retiraban, cediendo el sitio á otros camaradas.

Querida mía, si usted no hubiera venido, Martholl habría pasado la noche entre las cortinas. ¡Hace más de una hora que se ocultaba bajo las mamparas, acechando a los que llegaban, y como no la veía entrar a usted, empezaba a poner una cara!... ¡No es muy amable para nosotras semejante conducta! protestó Juana, igualmente indignada de la defección de un compañero tan envidiable.

Con palas formaban un borde de tierra de treinta centímetros alrededor de cada uno de ellos. Este borde defendía los pies de los sirvientes, que tenían el cuerpo resguardado por las mamparas blindadas de ambos lados de la pieza. Luego levantaban una cabaña de troncos y ramaje, dejando visible únicamente la boca del mortífero cilindro.

A través de las verjas pasaban miles y miles de corceles; hombres con el pecho forrado de hierro y cabelleras pendientes del casco, lo mismo que los paladines de remotos siglos; cajas enormes que servían de jaula á los cóndores de la aeronáutica; rosarios de cañones estrechos y largos, pintados de gris, protegidos por mamparas de acero, más semejantes á instrumentos astronómicos que á bocas de muerte; masas y masas de kepis rojos moviéndose con el ritmo de la marcha, y filas de fusiles, unos negros y escuetos, formando lúgubres cañaverales, otros rematados por bayonetas que parecían espigas luminosas.

Los siete jueces se saludaron como gente que no se ha visto en una semana. Luego hablaron de sus asuntos particulares junto á la puerta de la Catedral. De vez en cuando, abriéndose las mamparas cubiertas de anuncios religiosos, esparcíase en el ambiente cálido de la plaza una fresca bocanada de incienso, semejante á la respiración húmeda de un lugar subterráneo.

Sus pies parecían avisarle el cataclismo que se desarrollaba debajo de ellos: la tromba líquida invadiendo con espumoso mugido el espacio entre la quilla y la cubierta, destrozando las mamparas metálicas, derribando los portones de seguridad, desordenando los objetos, arrastrándolo todo con la violencia de una inundación, con el mazazo de un dique que se rompe.

A las diez se abrieron las mamparas, y Miguel entró empujando á los primeros jugadores, gente modesta y tímida. Sufría la nerviosidad, la impaciencia, la sorda cólera de las mañanas en que se había batido. Pisaba con fuerza; sus manos se arqueaban como si pretendiesen estrangular el aire. Al mismo tiempo sentía la confianza orgullosa del tirador, seguro de que dará en el blanco.

Se amontonaban ante las tres dobles mamparas que dan acceso á las salas de juego. Todo el que perteneciese á las fuerzas de mar y tierra de cualquiera nación no debía pasar de aquí: los militares sólo podían entrar en la sala de espectáculos y el atrio del Casino.