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Los fieros portones, erizados de hierro, hacían pensar en la cautela de los antiguos serrallos.

Y acabó la noche, al fin, de envolver la casona y el valle y las montañas en la más densa e impenetrable oscuridad; se cerraron los portones, se avivó la fogata de la cocina, se arrimó a ella mi tío en el sitio de costumbre, pero inquieto y alarmado también, porque nos veía alarmados e inquietos a todos los que vagábamos como sombras, más que andábamos como personas, en su derredor... y ¡nada, ni una voz afuera, ni un golpe, ni un silbido!... El silencio, la soledad, el frío de los sepulcros, ¡la muerte por todas partes!

Una vez en la cuadra del granero, mientras buscaba su talabarte, Medrano contó brevemente lo que pasaba. En la vecina heredad, Cerbero, el perrazo que servía de guardián en los portones, se había vuelto rabioso, mordiendo a un lacayo y escapando hacia el monte.

Y por si esto era poco, descorrió desde adentro la falleba de los portones, y los abrió de par en par a fin de que pasara yo sin apearme.

Sus pies parecían avisarle el cataclismo que se desarrollaba debajo de ellos: la tromba líquida invadiendo con espumoso mugido el espacio entre la quilla y la cubierta, destrozando las mamparas metálicas, derribando los portones de seguridad, desordenando los objetos, arrastrándolo todo con la violencia de una inundación, con el mazazo de un dique que se rompe.

Donde quiera la mugre, la vetustez, el abandono y la ruina; casas horribles, pesadas y deformes, con portones enormísimos y ventanas microscópicas; calles tortuosas, sin pavimento, con profundos lodazales ó montones de piedras en desórden; un silencio sepulcral en todas partes; edificios arruinados y ausencia de artes y comercio; bandas de mendigos hambrientos, en número fabuloso, que vagan por las calles como espectros, espiando con ansia la llegada de una diligencia para caer sobre los viajeros, rodearles en gavilla, oprimirles, y acribillarles literalmente, hasta obtener de todos y cada uno algun cuarto ú ochavo, un pedazo de pan ú otra cosa; todo acompañado del mas horrible clamoreo que imaginarse pueda.

Cuando se cerraran los portones de la casa, y Chisco no estuviera dentro de ella, y aquel infeliz señor lo supiera, y tuviéramos que enterarle de la verdad... ¡qué puñalada para él!

¡Qué noches aquéllas de emociones, de nerviosas alegrías, de mareos voluptuosos, y después de aplastamiento, de brutal cansancio...! Juanito era el encargado de abrir la puerta cuando la familia volvía del baile. En la madrugada, cerca de las cuatro, oía chirriar los pesados portones, entraba el carruaje en el patio, con gran estrépito, y él saltaba de la cama metiéndose los pantalones.

Se presentó la rondeña a los pocos momentos, con una carta en la mano, y mientras se la alargaba a su señor, la dijo éste: Que se cierren los portones de la calle y que nos preparen la cena a escape... ¿Quién ha traído esta carta? Un mandaero. ¿Espera la respuesta? No, zeñó.