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Yo he sido quien le ha enseñado a llevar las armas; ¡un magnífico soldado, pardiez! ¡Duro para la fatiga!... ¡Si tuviéramos cien mil de esa clase!... Entonces, ¿vive?, ¿está bien?

Bien sabe Dios lo que nos inquietaban estos síntomas y que ardíamos en deseos de insinuarle lo que Neluco deseaba, ya que no se anticipaba él a insinuarlo; pero ¿de qué serviría la insinuación mientras no tuviéramos a mano al Cura?

Y sin hacer caso de las observaciones del doctor, la Nela, firme en su puesto como lo estaba en su tema, pronunció solemnemente esta sentencia: No debe haber cosas feas.... Ninguna cosa fea debe vivir. Pues mira, hijita, si todos los feos tuviéramos la obligación de quitarnos de en medio, ¡cuán despoblado se quedaría el mundo! ¡Pobre y desgraciada tontuela! Esa idea que me has dicho no es nueva.

Si solo recibiésemos las impresiones sucesivas, sin que tuviéramos ningun medio para referirlas á un mismo objeto, para enlazarlas en un punto comun, no encontraríamos ninguna diferencia entre los dos casos expresados.

. Si quisiéramos representarnos un número infinito de partes en valores de extension, deberíamos suponer un sólido infinito en todas sus dimensiones; y además divididas todas sus partes hasta lo infinito. Pero ni aun en este caso tendríamos un número infinito absolutamente hablando, aunque tuviéramos el mayor que se puede representar en valores de extension.

Con mucho menos que tuviéramos continuó Maltrana , usted no se vería obligado a meterse en aventuras de colonización y yo viviría hecho un personaje. ¡Lástima que no estemos en los tiempos heroicos y románticos, cuando Lord Byron y Espronceda cantaban el pirata!

Mis padres no nos enseñaron oficio alguno, y así, nos es forzoso que remitamos a la industria lo que habíamos de remitir a las manos si tuviéramos oficio.

Yo cuál es mi desgrasia... ¡Si tuviéramos uno!... ¡Si Juan viese un pequeño en casa que fuera suyo, suyo too él, argo más que son los sobriniyos!... Lloró Carmen, pero con lágrimas continuas que se escapaban entre los pliegues del pañuelo, bañando sus mejillas coloreadas por el llanto.

Catalina Lefèvre, que se hallaba comiendo apresuradamente una lonja de jamón, y a quien, sin duda, aquella conversación desagradaba, se volvió con rapidez y contestó: Eso quiere decir que, si nosotros tuviéramos la religión de usted, los alemanes, los rusos y todos esos hombres rojos podían meterse por las puertas de nuestras casas. ¡Es curiosa esa religión de usted; , curiosa y conveniente para los bribones!

Si don Francisco y yo tuviéramos un interés cualquiera en vernos, en andar juntos, no elegiríamos por cierto el locutorio de las Descalzas Reales para lugar de nuestras citas, ni á vos por testigo. En lo cual haríais muy bien. Y mucho más por la parte que me concierne, porque me excusaría de que pensárais mal de . Yo no pienso mal de vos; pero quisiera saber para qué habéis venido al convento.