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Llegó un momento en que el frío y el dolor le apretaron tanto, que se sintió casi desvanecido, creyó morir, y elevando el espíritu a la Virgen del Carmen, su protectora, exclamó con voz acongojada: «¡Madre mía, socórreme!» Y después de pronunciar estas palabras, se sintió un poco mejor y marchó, o más propiamente, se arrastró hasta la plaza de las Cortes: allí se arrimó a la columna de un farol, y, todavía bajo la impresión del socorro de la Virgen, comenzó a cantar el Ave María, de Gounod, una melodía a la cual siempre había tenido mucha afición.

La doble redondez del firme pecho, sin compresión ni arrimo, se estremecía suavemente, al moverse la hermosa, entreviéndose por la transparencia de la tela su puro color de rosa y nieve. Recogidas con gracia en alto las abundantes crenchas de sus negros cabellos, dejaban ver el cuello despejado y cuan bien puesta se erguía sobre él la noble cabeza.

Nuestro D. Diego, siempre al arrimo de Santorcaz; Marijuán, yo y algunos más formábamos un grupo bastante animado, en el cual no cesó el ruido hasta muy alta la noche. Después de cantar, no escasearon los cuentos, acertijos y adivinanzas, y, por último, la conversación recayó en tema de mujeres. Yo dijo D. Diego con su natural ingenuidad me voy a casar.

Pero se apresuró a disimularla riendo. ¡Ya lo decía! ¿Qué tienes que pedirme, rubita? En tomando el café lo sabrás. No pudo arrancarle antes el secreto. Arrimó una mesilla japonesa a la butaca donde estaba el duque. Para trajo una sillita dorada.

Convínose en ello, porque, al cabo y al fin, al boticario igual le daba, y sentáronse el padre y la hija en las banquetas que don Adrián les arrimó, ofreciéndoles de paso un refresco de jarabe de moras o de agraz, que había en la botica, hechos en aquella misma semana... o chocolate que les bajarían de casa... «con toda franqueza». Se lo estimaron mucho, pero no quisieron tomar cosa alguna.

-Dios lo haga -replicó Sancho-, que a entrambos les estaría mal. Y déjame partir de aquí, Ricote amigo, que quiero llegar esta noche adonde está mi señor don Quijote. -Dios vaya contigo, Sancho hermano, que ya mis compañeros se rebullen, y también es hora que prosigamos nuestro camino. Y luego se abrazaron los dos, y Sancho subió en su rucio, y Ricote se arrimó a su bordón, y se apartaron.

Silas pronunció esta última frase lentamente, como si ella implicara otra cosa que lo que iba a herir el oído. Cuando estuvieron sentados, Eppie se arrimó contra su padre y tomándole con ternura el brazo que ya no era muy vigoroso lo mantuvo sobre sus rodillas mientras que Silas fumaba su pipa concienzudamente, lo que le ocupaba el otro brazo.

La hiedra entrelazándose con un árbol, se levanta á grande altura; si creciese sin arrimo, yaceria tendida por el suelo pisoteada por todos los transeuntes. Ademas, que no por haber hecho esta observacion, se ha de cambiar el órden regular de las cosas: pues con ella mas bien he consignado un hecho que ofrecido un consejo.

Se arrimó á uno de los nogales y durante buen rato salieron de su boca ciclópea profundos, temerosos estallidos mientras su vientre se agitaba como la montaña de un volcán en erupción. ¡Dejadlo, dejadlo... no podía más!... Aquello era lo más gracioso que había oído en su vida. También el alcalde, arrimado á otro árbol, reía y tosía hasta querer reventar.

Y echó a andar, dialogando con el capellán que le seguía. Primitivo, obediente, se quedó rezagado, y lo mismo el abad, que encendía su pitillo con un misto de cartón. El cazador se arrimó al cura. ¿Y qué le parece el rapaz, diga? ¿Verdad que no mete respeto?