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Ya no eran las deudas y los apuros pecuniarios las amarguras de la vida; ahora, la fatalidad, según ella decía, complacíase en agobiarla con nuevos golpes, quitando a la familia los escasos medios que la restaban para sostener su prestigio. Aquella mañana había sido de prueba para las de Pajares. Nelet el cochero subió muy alarmado a dar cuenta a sus señoras de que el caballo estaba enfermo.

Su hija se dispone á hacerle el dúo, cuando se oye en el corral un coro de relinchos y un ruido sobre los morrillos, como si avanzaran veinte caballos. ¡Ahí están los ladrones! diría en tal caso un ciudadano alarmado. Pues, no señor, son los marzantes, es decir, dos docenas de mocetones del lugar que andan recorriéndole de casa en casa.

¿Quiere usted decir que es una bestia, un hombre peligroso? preguntó don Restituto, alarmado. Más bien un niño. Posee, evidentemente, un alma racional, como criatura humana que es; pero es un alma racional que no es racional. ¿He desnudado mi pensamiento? Su alma se halla todavía en el período infantil, o de idiotez, si ustedes quieren.

¡Duquesa! No os quiero engañar... desde hoy... ¿Qué...? Dejo de ser camarera mayor. Meditad lo que hacéis dijo el duque alarmado... fuera vos de palacio, no podéis ayudarme á hacer el bien del reino. Estoy cansada, don Francisco... sufro mucho... lo que pasó anoche en palacio... ¿Pero qué pasó anoche?

Un gran charco coagulado ante la chimenea anunciaba que la desgraciada se había herido allí. Un reguero de un rojo obscuro demostraba que había tenido fuerzas para arrastrarse hasta la cama. La criada, que había llamado a la justicia y alarmado al vecindario, ya no gritaba. Acurrucada en un rincón, con los ojos fijos en el cadáver de su ama, miraba ir y venir a toda aquella gente maquinalmente.

Cierto es que el padre de Magdalena tan alarmado como antes por el estado de su hija, no la perdía de vista en los contados momentos que pasaba en casa.

Yo comprendí que era el momento preciso de retirarme con disimulo, y giré furtivamente sobre mis talones, cuando que don Guillén, con acento entre alarmado y severo, me decía: ¿Qué va usted a hacer? Aguarde un instante; tengo que pedirle un gran favor. Es menester que me ayude a improvisar un acomodo donde mi hermana descanse unas horas.

Un instante después saltó al camino una hermosa pareja de gamos, y aunque los viajeros se detuvieron, el macho, alarmado, saltó de nuevo y desapareció á la izquierda del camino. La hembra permaneció unos instantes como asombrada, mirando al grupo con sus grandes y dulces ojos.

Las serpientes, por ser del país, no pueden entender el español, lengua de Buenos Aires. Y ahora terminó con melancolía Jaramillo tendré que esperar hasta, el próximo Viernes Santo. De pronto empezó á hacer frecuentes viajes á Asunción, la capital del Paraguay. Su amigo, alarmado por estas ausencias, le obligó á confesar la causa. Lo he visto dijo Jaramillo misteriosamente.

Me pregunté alarmado qué nueva maldad meditaba aquel bribón. Le reírse con sorna, como solía, y le vi volver de cara al muro, dar un paso hacia , y luego, con gran sorpresa por mi parte, empezó a bajar por al muro mismo. Comprendí que en éste había peldaños, ya cortados en la piedra, ya clavados de trecho en trecho entre los sillares.