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¡Qué noches aquéllas de emociones, de nerviosas alegrías, de mareos voluptuosos, y después de aplastamiento, de brutal cansancio...! Juanito era el encargado de abrir la puerta cuando la familia volvía del baile. En la madrugada, cerca de las cuatro, oía chirriar los pesados portones, entraba el carruaje en el patio, con gran estrépito, y él saltaba de la cama metiéndose los pantalones.

De cuando en cuando, se oye el chirriar de una puerta, el tintineo del cencerro de las vacas, la voz de un chiquillo, el zumbido de los moscones... y, de cuando en cuando, se oye también el golpe del martillo del reloj, voz de muerte apagada, sombría, que tiene en el valle un triste eco. Tras de estas campanadas fatídicas, el silencio que viene después parece un tierno halago.

Por fortuna, el Mediterráneo estaba libre de tal calamidad. Los ingleses tenían bien guardada la puerta de Gibraltar, y todo él era un lago tranquilo dominado por los aliados. Antes de acostarse, Ferragut entró en una cámara de la cubierta alta, donde estaba instalada la telegrafía sin hilos. Le atrajo el chirriar de aceite frito que lanzaban los aparatos.

No se percibía otro ruido que el chirriar de las ruedas y el de la lluvia batiendo el imperial, cuando de repente la diligencia se paró, y oímos unas voces que llegaban confusamente hasta nosotros.

El compadre les esperaba en la barca preparando la vela. La flotilla removíase en la oscuridad, agitando su empalizada de mástiles. Corrían sobre ella las negras siluetas de los tripulantes, rasgaba el silencio el ruido de los palos cayendo sobre cubierta, el chirriar de las garruchas y las cuerdas, y las velas desplegábanse en la oscuridad como enormes sábanas.

Al retirarse de la terraza, Febrer, sin saber cómo, se vio abriendo la puerta del oratorio, una puerta antigua y olvidada, que al chirriar sobre sus pernos oxidados esparció polvo y telarañas. ¡Cuánto tiempo que no había entrado allí!... En este ambiente denso de pieza cerrada creyó percibir un vago olor de esencias, de bote de perfumes abierto y abandonado; un olor que le hizo recordar a las solemnes damas de la familia cuyos retratos estaban en el recibimiento.

El grupo se estrechó: acercáronse unos a otros los sillones, y por un instante se oyó el cadencioso chirriar de las ruedas sobre el piso. Anteayer... siguió Amalia Amézaga en tono algo más bajo fue ésta al tiro de pistola.... ¿Tiras ahora? preguntaron a un tiempo Pilar y Luisa Natal.

El piloto mandó la maniobra. Salió el bote para levar el ancla, el cabrestante comenzó a chirriar para levantarla, las velas se tendieron en los palos, y unos momentos después zarpábamos con viento fresco. Al pasar a la altura de Cabo Engaño recogimos al antiguo piloto Ugarte, que había salido en un junco a nuestro paso.

A lo lejos los mismos gritos, el mismo chirriar de ruedas: cantaban las ranas en una charca inmediata; en los ribazos alborotaban los grillos, y un perro aullaba lúgubremente allá en las últimas casas del pueblo. Los campos hundíanse en los vapores de la noche.

Las gaviotas juegan por encima de las olas, se meten en las concavidades abiertas entre unas y otras, descansan sobre las espumas, se acercan a la playa a mirar con sus ojos grises, en donde se refleja la luz apagada del día, y lanzan ese grito salvaje parecido al áspero chirriar de la lechuza.