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Son los patriotas que celebran la victoria de Albuera y la Constitución que se ha leído hoy a las Cortes. Detúvose un instante ante las barracas y al andar de nuevo, habló así lúgubremente: Yo he muerto, he muerto ya. El mundo acabó para . Le dejo entregado a los charlatanes.

Como día de San Juan debía haber algo de extraordinario; la señora, silenciosa, se entretenía en arreglar el cubierto del niño, mirando el lustre del cuchillo, los dientes del tenedor, palpando el pan, a fin de verificar si estaba tierno o no... Don Pablo paseaba, vuelto a su sombría preocupación... En la chimenea el viento soplaba lúgubremente... Pampa entró, preguntando si servía la comida.

Don Roque rompe el silencio: De todos modos, no hay duda que don Antonio le abrasó. Le abrasó dice don Juan el Salado. Le abrasó confirma don Benigno. Le abrasó corrobora el señor Anselmo. Le abrasó completamente resume, por fin, don Segis lúgubremente. Lo que alteraba los ánimos una que otra vez, era la cuestión de pichones.

Aquellos infelices no decían nada; solamente algunos, los más jóvenes, pedían de un modo furioso agua o pan; y en el carro inmediato, una voz lastimera, la voz de un recluta, llamaba: «¡Madre! ¡Madre mía!»..., mientras que los veteranos sonreían lúgubremente, como diciendo: «, ..., pronto va a venir tu madrePero quizás no pensaran en nada.

Graznando lúgubremente, bajaron los buitres y demás aves que tienen su festín en los campos de batalla; la lluvia encharcó el piso, amasando lechos de fango y sangre para los pobres difuntos, y el frío remató á los heridos que esperaban escapar á la muerte. ¡Tremenda noche! Volviendo de su letargo, pudo observar la pluma que cuanto había visto no era alucinación, sino realidad clarísima.

Julio no paró mientes en los gritos de las damas ni en la desaparición de la bolsa, sino en la cartita que la criada, guiñando maliciosa, llevó al cuarto de la novia. Aquel acontecimiento había hecho reir a Julio a carcajadas por primera vez en varios años. Todo se desquició lúgubremente en la casa de Rucanto desde aquel punto y hora.

Al cabo, sin dejar de examinarle con particular cuidado, articuló por lo bajo: Tienes razón, Andrés... En conciencia no puedo retenerte aquí... Andrés guardó silencio y concentró también lúgubremente su atención sobre la maltrecha planta. El cura fue el primero en levantar la cabeza. ¿Pero cómo diablo te has metido en esos enredijos?... Mucho me sorprende...

Temblaron las puertas, oyose el estrépito de las ventanas al cerrarse con violencia, y aullaron los mastines lúgubremente, tirando de sus cadenas, como si con su mirada de bestias viesen a la tempestad entrar por el portalón sacudiendo su capa de agua y relampagueándola los ojos.

Cuando el sacerdote mostró la Sagrada Partícula hubo necesidad de advertirle que se arrodillase. La escena era triste e imponente para cualquiera, cuanto más para una hija. Las luces de cera chisporroteaban lúgubremente en el silencio de la alcoba y arrojaban trémulos y amarillos reflejos a las paredes. La voz del cura al levantar la Hostia era aún más lúgubre que el chisporroteo de las hachas.

El doctor prescribió reposo absoluto, dieta, y para el día próximo un derivativo. Ordenó también un vendaje negro, un calmante ligero para en caso de insomnio, y ofreció venir temprano a la mañana siguiente para examinar con detención los ojos del enfermo. Era ya tarde, y la última luz solar se retiraba lúgubremente de la habitación.