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Contemplaba la nariz de su enemigo como mira el pescador una trucha apetitosa suspendida del extremo de su caña. Despojose vivamente de la ropa que no consideró indispensable, arrojó sobre la hierba su fez rojo y su levita verde, y se arremangó hasta el codo las mangas de la camisa. Es de suponer que los turcos más dormidos se despierten al tintineo de las armas.

Pero Tristán volvió los ojos hacia su esposa y le clavó una larga mirada de amor apasionado y tierno. Ella bajó la suya. El joven le tomó una de sus manos, la llevó a los labios y en voz queda comenzó a cantarle al oído el himno del amor acompañado de los chasquidos del látigo y del tintineo de los cascabeles. Era Tristán elocuente, poseía una imaginación viva.

Comienzan a chirriar las puertas metálicas de las tiendas; suenan lentas, graves, una a una, las campanadas de una iglesia. Y un coche se desliza ligero, con alegre tintineo, sobre el asfalto. Lo tomo.

De cuando en cuando, se oye el chirriar de una puerta, el tintineo del cencerro de las vacas, la voz de un chiquillo, el zumbido de los moscones... y, de cuando en cuando, se oye también el golpe del martillo del reloj, voz de muerte apagada, sombría, que tiene en el valle un triste eco. Tras de estas campanadas fatídicas, el silencio que viene después parece un tierno halago.

Cuando un domingo, por primera vez, Adriana no acudió, un sufrimiento casi físico le traspasó. Durante toda la misa, que le pareció prolongarse extraordinariamente, lo pasó arrodillado, junto a la pilastra donde se ponía siempre, bajo el púlpito. El tintineo de la campanilla le hizo daño.

Y entre este tintineo general, que casi ahogaba los sonidos de los instrumentos, desfiló la comitiva: el tambor mayor al frente de la banda; toda la servidumbre portadora de faroles; las camareras disfrazadas de floristas, y un gran número de animales, osos, perros y leones, mozos de buena fe, que sudaban bajo los forros de pieles y movían de un lado a otro sus cabezas de cartón rugiendo o ladrando.

Creía aún sentir el estremecimiento que le producía el suave tintineo de las llaves, abandonadas con la confianza de una autoridad sin límites en la cerraja de un mueble antiguo donde guardaba Doña Bernarda sus ahorros. Así ocultó con mano trémula en sus bolsillos todos los billetes guardados en los pequeños cajones. Temblaba de emoción al consumar el acto audaz.

Sólo un héroe de corazón fuerte podía despertarla... Y al oír los pasos férreos del conquistador, los ojos de la india virgen parpadearon, extendió los brazos, y sus pechos vinieron a aplastarse sobre el peto de una armadura. Era el héroe prometido; el amor que despierta bajo la caricia del guantelete metálico; el abrazo fecundador acompañado en sus temblores por un tintineo de armas.

Su pena de amor parecía comunicarse con la inmovilidad de los fieles, con la tristeza mística de los santos inmóviles, con el súbito tintineo de la campanilla ritual, y subía por el humo del incienso, que anublando en el altar la figura de la Virgen, la dejaba reaparecer luego al resplandor escaso de los cirios.

Se les veía moverse; pero no se oían sus pasos sobre el áspero suelo nevado, ni alteraban el silencio de la Naturaleza, que parecía haber enmudecido de repente por respeto a lo que estaba pasando allí, otros ruidos que algún murmurio de tarde en tarde, como de rezo coreado, y el tañido constante de la campana de la iglesia, repetido ya por el débil tintineo de una campanilla de monago que aún no había surgido de la oscuridad.