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Era mucho engordar el suyo; y lo peor de todo, que no podía saber cuándo ni en qué pararía aquella marea de grasa, porque el apetito iba también en auge, y más bravo se le ponía cuanto más alimento se le daba. Por de pronto nada le dolía; y fuera de no poder calzarse, ni vestirse, ni acostarse por sola, andaba como un reló.

En su habitación el equipaje en desorden y su viejo sirviente ocupado con los últimos preparativos; en el comedor los hijos de Lola, que no querían acostarse sin despedirse de él. «Tío, tráenos un loro... Tío, una mona... Cuando vuelvas, acuérdate, tío, de traer un negrito...» Y su hermana, que había tomado un aire protector con la emoción de la partida, le sermoneaba maternalmente.

En nuestra hermosa Francia con su frío Noroeste, y lluvioso Suroeste, que en el año que corre ha reinado nueve meses, es preciso poder encender fuego en todo tiempo. En medio de una velada húmeda, cuando su hijo de usted se presenta tiritando y no puede entrar en calor antes de acostarse, debe encenderse un buen fuego.

Pues si no ha de estar en Madrid más que unos cuantos días, y no tiene horas extraordinarias de acostarse y levantarse, no hay inconveniente en que V. le ponga una cama en el gabinete... Pero cuidado... ¡sin ejemplar!... Descuide V., señorito, no volveré a molestarle con estas embajadas. Lo hago únicamente porque D. Ramón no vaya a parar a otra casa.

Es el del Californian, que me da las buenas noches dijo después de uno de estos llamamientos . Va á acostarse. No ocurre novedad. Y el joven hizo un elogio de la navegación mediterránea.

Pero al acostarse volvió Ido a ser atormentado por sus temores, y no tuvo más remedio que estar toda la noche hecho un ovillo, con las manos cruzadas en la cintura, porque si en una de las revueltas que ambos daban sobre los accidentados jergones la mano de su mujer llegaba a tocar el duro, se lo quitaba, tan fijo como tres y dos son cinco.

En lo alto de las colinas, los pinos solitarios destacaban sobre el espacio azul sus copas de quitasol: unos, rectos y gallardos; otros, oblicuos como si quisieran acostarse. No se veían las flores del fantástico jardín, pero Maltrana se las imaginaba enormes, como nunca se habían abierto en la tierra a la luz del sol.

Entonces se dedicaba, como sus amigos decían, «a la gramática», esto es, a pedir aquí y allí un pitillo para calmar el insufrible prurito de chupar. ¡Pobre Marín! Lo que doña Brígida no pudo jamás, fué hacerle acostarse a una hora regular. Tantos años de trasnochar hasta las cuatro o las cinco de la mañana, habían formado un hábito imposible de vencer.

Luego, cuando el gentleman iba á acostarse, Flimnap fingió que regresaba á la Universidad, despidiéndose de él hasta el día siguiente, pero se dispuso á pasar la noche en la cama del administrador del almacén de víveres, aunque estaba seguro de no dormir. ¡Mañana! pensaba . ¿Qué pasará mañana?

El centinela siente frio, y hace muy bien en encender lumbre sin ánimo de espantar á nadie, sino es á los malandrines de segur y cuerda. Como cabalmente aquella es la hora en que suelen acostarse los comarcanos, lo hace tambien la familia B que habita en la cumbre de la montaña opuesta.