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Con la misma rapidez imaginativa del que va á morir ahogado en el mar y repasa vertiginosamente las escenas de su vida anterior, vió su infame existencia de Nápoles, la expedición en la goleta para avituallar á los submarinos, luego el torpedo que abría una brecha en el Californian... ¡Y este hombre era tal vez el que había hecho saltar por el aire á su pobre hijo hecho pedazos!...

El Californian lanzaba por el telégrafo sin hilos la llamada de peligro, el S. O. S., fórmula que sólo se emplea cuando un buque necesita socorro. Luego, en el espacio de unos segundos, la voz misteriosa había esparcido su relato trágico á través de centenares de millas. Un sumergible acababa de aparecer á corta distancia del Californian, disparándole varios cañonazos.

El telegrafista encargado ahora del aparato respondió con movimientos negativos á las miradas de su compañero. Sólo escuchaba los diálogos entre los buques que habían recibido igualmente el aviso. Todos se alarmaban con el repentino silencio, y torciendo su rumbo iban, como el vapor francés, hacia el lugar donde el Californian había encontrado al sumergible.

Pero su cólera fué glacial, una cólera que se contiene viendo al enemigo privado de defensa. Avanzó hacia él como uno de los muchos que le insultaban mostrándole el puño. Su mirada sostuvo la mirada del alemán, y le habló en español con voz sorda. ¡Mi hijo... mi único hijo murió hecho pedazos en el torpedeamiento del Californian! Estas palabras hicieron cambiar el rostro del espía.

Comprendo tu odio: no puedes olvidar el torpedeamiento del Californian... Pero debías haber denunciado á Von Kramer anónimamente, sin que él supiese de quién partía la acusación... Has procedido como un loco, como un meridional; eres un carácter arrebatado que no teme el mañana. Ulises hizo un gesto de desprecio. El no gustaba de tapujos y traiciones: su procedimiento era el mejor.

Se aproximó á un grupo, en el centro del cual un hombre joven, descalzo, con pantalones elegantes y la camisa abierta de pecho, hablaba y hablaba, arropándose de vez en cuando en una manta que habían puesto sobre sus hombros. Describía con una mezcla de italiano y francés la pérdida del Californian. Este pasajero había despertado al oír el primer cañonazo del sumergible contra el vapor.

Había ayudado á la implantación del ataque submarino en el Mediterráneo... Pero cuando el capitán español contó cómo había sido él una de las primeras víctimas, cómo había muerto su hijo en el torpedeamiento del Californian, el juez pareció conmoverse, mirándolo con ojos menos severos. Luego relató su encuentro con el espía en el puerto de Marsella.

Se había incorporado un poco. Sus manos tocaban las rodillas de Ferragut. Quería abrazarse á ellas, y no osaba hacerlo por miedo á que él la repeliese, desvaneciéndose su trágica inercia que le permitía escuchar. Estando en Bilbao supe lo del torpedeamiento del Californian y la muerte de tu hijo... No te hablaré de esto; lloré, lloré mucho, ocultándome de la doctora. Desde entonces la odio.

La vista de este pasajero que hablaba en inglés ofreciéndole un cigarro le arrancó á los placeres de una conversación extendida trescientas millas á la redonda. Todo marcha bien... Tenemos muchos compañeros de viaje. Y fué enumerando los buques que se mantenían en comunicación con el vapor. El más próximo era el Californian, un barco inglés procedente de Malta.

Es el del Californian, que me da las buenas noches dijo después de uno de estos llamamientos . Va á acostarse. No ocurre novedad. Y el joven hizo un elogio de la navegación mediterránea.