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No creo en la mina ni en el torpedo dijo este hombre . Deben haber embarcado dinamita en Nueva Zelandia ó alguna otra materia explosiva. Lo cierto es que nos vamos á pique irremediablemente. Gillespie se dió cuenta de que este pasajero decía verdad. El buque empezaba á hundir su proa y á levantar la popa lentamente.

La Serpolette suspendió su charla, frunció las cejas, las levantó, abrió los labios y con la vivacidad de una parisienne dejó á sus admiradores y se lanzó como un torpedo contra nuestro crítico. Tiens, tiens, Toutou! mon lapin! exclamó cogiéndole del brazo al P. Irene y sacudiéndole alegremente mientras hacía vibrar el aire de notas argentinas. Chut, chut! dijo el P. Irene procurando esconderse.

Pensó en el otro, en el falso diplomático, en aquel Von Kramer que tal vez había dirigido el torpedo que despedazó á su hijo... ¿No haría el demonio que lo encontrase alguna vez?... ¡Qué placer verse á solas los dos, frente á frente! Al fin huía de la soledad del camarote, que le atormentaba con los deseos de una venganza impotente.

Pasaban también el purpúreo relámpago del salmonete, la majestad brillante de la dorada, el vientre azulado de los pajeles, el lomo rallado del sargo, la boca en forma de trompeta de la brema de mar, la risa inmóvil del llamado festivo, el remate dorsal del pavón, que parecía hecho de plumas, la cola inquieta y hondamente bifurcada de la caballa, el estiramiento del mújol entre sus triples aletas, las redondeces grotescas del peje-jabalí y del peje-cerdo, la platitud obscura de la pastinaca flotando como un harapo, el largo hocico del peje-becacina, la esbeltez del róbalo, ágil y recogido como un torpedo, el rubio, todo espina, el ángel de mar, con sus carnosas alas, el gobio, erizado de angulosidades natatorias, el escribano, rojo y blanco, con bandas negras semejantes al rubricado de las firmas, el esmarrido modesto, el pequeño peje-araña, el soberbio rodaballo, casi redondo, con la cola de abanico y un ribete natatorio en torno de su disco manchado á redondeles, y la corvina sombría, que tiene en su piel el negro azulado de los cuervos.

Sus tripulantes relataban, con la serenidad fatalista de los hombres de mar, cómo el torpedo había pasado á corta distancia del casco. Un vapor herido permanecía aparte, con sólo la quilla sumergida, mostrando al aire todo su vientre rojo. Más abajo de la línea de flotación tenía abierta una brecha de anguloso contorno.

Sólo iban transcurridos unos segundos, cuando empezó á marcarse sobre el agua un dorso obscuro, de vertiginosa carrera, que venía rectamente hacia el vapor. ¡Torpedo! gritó Ferragut. La angustiosa espera duró unos instantes. El proyectil, oculto en las aguas, pasó á unos seis metros de la popa, perdiéndose en la inmensidad. Sin la rápida virada de Tòni, habría herido al buque en pleno flanco.

Hemos tocado con la proa una mina flotante dijo contestando á las preguntas de Gillespie . Y si no es una mina, será un torpedo abandonado por alguno de los corsarios alemanes que navegaron en el Pacífico.

El buque inglés pretendía escapar valiéndose de su velocidad superior. Entonces el submarino le enviaba un torpedo... Todo esto había ocurrido en veinte minutos. De pronto se extinguían los ecos de la lejana tragedia al cortarse la comunicación. Un chirrido más fuerte en los aparatos, y ¡nada!... el silencio absoluto.

Todos los oficiales de las diversas flotas sentados cerca de ellos disponían del cañón, del espolón, del torpedo, de las grandes velocidades, de la telegrafía aérea. Los valerosos arrieros del mar desafiaban al enemigo en buques indefensos, sin telégrafo y sin cañones. Registrando á todos los hombres de su tripulación, no se encontraba á veces un solo revólver.

Y estos bravos osaban los mayores atrevimientos, con un fatalismo profesional, confiándose al destino. En las tertulias del café contaban lentamente algunos capitanes sus encuentros en el mar, la aparición inesperada del submarino, el torpedo que marraba su blanco por unos metros, la fuga á todo vapor, recibiendo los cañonazos de la persecución.