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Era inevitable de vez en cuando la cólera del río: hasta había que agradecerla, pues constituía diversión inesperada; una agradable paralización de trabajo. La confianza moruna daba tranquilidad a la gente.

Raúl había decidido, después de un simulacro de asedio, dar inmediatamente el asalto, pero conoció que se trataba de un adversario temible, y esta dificultad inesperada estimuló su ingenio y su corazón. En amor sobre todo, los obstáculos dan más precio a la victoria. Como dice muy ingeniosamente Gondinet: «Sin la alondra, Romeo se hubiera dormido... y Julieta también

En seguida, después de haberla besado: Vengo a darte una noticia... bastante inesperada... La pobre baronesa, que se lisonjeaba de tener treinta años por delante... ¡Qué! exclamo Beatriz tornando violentamente el brazo de su amiga. Se murió anoche, hija mía, de un ataque de gota al corazón... Pierrepont me envía un telegrama encargándome que te lo prevenga...

Después de un almuerzo en su propio yate y un lunch en el del emperador, el príncipe Miguel quedó harto de esta inesperada amistad.

Volví la brida y partimos al galope. Mientras corríamos trataba de explicarme aquella inesperada fantasía, que no dejaba de parecerme un poco premeditada. Supuse que el tiempo y la reflexión habrían podido atenuar en el espíritu de la señorita Margarita la primera impresión de las calumnias que me habían levantado.

Derramando lágrimas heladas de anciana, empezó a contar prolijamente de qué manera en la familia amaban a su hijo Sacha y el terrible golpe que había sido para ellos su enfermedad inesperada. No había habido nunca locos en la familia, ni aun en las generaciones precedentes. El propio Sacha había sido siempre un joven sano, aunque un poco desconfiado. La anciana insistía en este punto.

No estaba sola. Alguien invisible y poderoso se erguía detrás de su asiento, ó se inclinaba para soplar en su oído el consejo certero, la resolución inesperada, la audacia original. Sus ojos, animados por una luz fosforescente, contemplaban lo que nadie podía ver.

Lionel recitaba versos, estaba más enterado que Mina de las cosas literarias, y ella acabó por admirarle como un espíritu delicado, como un «alma romántica», capaz de llenar de poesía la existencia de una mujer. Además, era «El rey de las praderas», el atleta irresistible que ningún hombre podía domeñar. Una visita inesperada perturbó esta existencia idílica.

La esposa acabó de atar la cuerda y la dejó caer hacia afuera; Mauricio la cogió y de un solo esfuerzo llega hasta la cornisa. Su mujer tenía tal miedo de verle caer, que le cogió del brazo y le atrajo hacia ella con una fuerza inesperada.

Contrariedad tan inesperada parecía anunciar malísimo éxito a las tentativas generosas de Salvador, porque los prisioneros de Estella estaban ya condenados a muerte. Pero no desmayó por esto, y se puso en marcha para Pamplona, siguiendo a la brigada vencedora.