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Daban las ocho en el reloj de las iglesias de Estella, cuando Martín oyó dos golpecitos en la puerta, Martín contestó del mismo modo. ¿Eres tu, Martín? preguntó Catalina en voz baja. , soy yo. ¿No nos podemos ver? Imposible. Yo me voy a marchar de Estella. ¿Querrás venir conmigo? pregunto Martín. ; pero ¡cómo salir de aquí! ¿Estás dispuesta a hacer todo lo que yo te diga? Si.

Una vieja limpiaba las escaleras de piedra de la iglesia con una escoba y cantaba a voz en grito: ¡Adiós los Llanos de Estella. San Benito y Santa Clara, Convento de Recoletos donde yo me paseaba! Ya ve usted dijo el extranjero que, aunque a usted le parezca este pueblo tan desagradable, hay gente que le tiene cariño. ¿Quién? dijo Martín. El que ha inventado esa canción.

Siguió su camino y al fin entró en Estella. Aunque eran las doce de un hermoso día cuando pisó la plaza Mayor, antojósele que las próximas alturas arrojaban sombra muy lúgubre sobre la ciudad y que esta se ahogaba en su cinturón de montañas.

Era un hombre de mal gusto. La vieja se acercó al extranjero y a Martín y entabló conversación con ellos. Era una mujer pequeña, de ojos vivos y tez tostada. ¿Usted será carlista? ¿Eh? le preguntó el extranjero. Ya lo creo. En Estella todos somos carlistas y tenemos la seguridad de que vendrá don Carlos con ayuda de Dios. , es muy probable.

Ayúdeme usted, no tenga usted mal genio le dijo Martín a la muchacha tomándole la mano y dándole un duro . Me juego la vida en esto. La muchacha guardó el duro en el delantal, y ella misma sacó dos caballos de la cuadra y fué con ellos cantando alegremente: La Virgen del Puy de Estella le dijo a la del Pilar: Si eres aragonesa yo soy navarra y con sal.

Toma las letras le dijo Martín a Bautista . ¡Guárdalas! ¿Te las han dado ya firmadas? . Hay que prepararse a salir de Estella en seguida. No si podremos dijo Bautista. Aquí estamos en peligro. Además del Cacho, se encuentra en Estella Carlos Ohando. ¿Cómo lo sabes? Porque le he visto. ¿En dónde? Está en mi casa herido. ¿Y te ha visto él? . Claro, están los dos exclamó Bautista.

Pepe, por evitar que la cosa pasase adelante, trató de bromear, diciendo: Vaya, hombre, cálmate; otro día puede que entren en Estella o que asomen por Chamberí.

A las siete de la mañana, hora en que empezó a aclarar, salieron los tres, atravesaron el túnel de Lizárraga y comenzaron a descender hacia la llanada de Estella. El extranjero montaba en un borriquillo, que marchaba casi más deprisa que los matalones en que iban Martín y Bautista. El camino serpenteaba subiendo el desnivel de la sierra de Andía.

Los sucesos facilitaron su intento. Por aquellos días se temía un movimiento de los absolutistas sobre Estella, y Pateta, al salir una mañana de la imprenta, estando ya cerca de la calle de Botoneras, oyó pregonar el extraordinario, con la derrota de los carlistas, grito que acto continuo le sugirió la forma de su proyectada desazón al cura.

¿Y estos no son más valientes que los demás españoles? preguntó el extranjero maliciosamente. No lo ; yo no lo creo, por lo menos. Yo, ahora mismo, si tuviera quinientos hombres tomaba Estella por asalto y le pegaba fuego. ¡Ja! ¡Ja! Es usted un hombre extraordinario. Es que lo digo porque lo creo.